sábado, 17 de junio de 2017

LA EUCARISTÍA, CUESTIÓN DE GUSTO





Conforme pasa el tiempo me da más “no sé qué” hablar de la Eucaristía. Sinceramente, me apetece hoy comenzar el comentario con ese prólogo tan clerical del “no merezco”. Pues eso, “no merezco” glosar hoy de este tema tan central de nuestra experiencia de fe. Y tanto “no merezco”, que me suena como a despedida. Ya veremos.

Bueno pues a las puertas de esta fiesta del “Cuerpo y la Sangre de Cristo”, me ha venido a la cabeza la práctica de muchos mediadores de los sagrado, a la sazón sacerdotes, que en los momentos de celebraciones de la fe de “marcado perfil social o popular” (primeras comuniones, bodas, entierros, fiestas populares –vamos, lo que viene a ser cuando se llena la iglesia), sienten la necesidad de advertir quiénes o no pueden acercarse a participar plenamente de la Eucaristía, a saber, al fin y al cabo, quienes pueden comulgar. Por tanto, inmediatamente antes de ofrecer el “manjar del cielo”, leen una lista bastante exhaustiva de qué es lo que dificulta disfrutar de tal invitación.

Hombre, no sé si es el momento más adecuado. Imaginen si nos invitan a una boda y cuando llega el momento de degustar el banquete, sale allí un doctor en medicina y nos hace tomar conciencia de la realidad de nuestra hiperglucemia, nuestro colesterol, nuestra tensión arterial y demás marcadores que, en su caso, aconsejarían en ese momento levantarte de la mesa e ir a por el plato de verduras que habitualmente consumimos a diario en las cenas.

De verdad que nada que objetar a tal práctica, el problema es que (y os lo digo por la experiencia de haber cumplido no hace mucho cincuenta años), uno se mira ya acierta edad, y entre la presbicia que empieza a atacar ya, y las articulaciones que no responden como antes, tienes la sensación, parafraseando a San Pablo de que te achacan los males que no quieres y nunca estás bien (Romanos 7, 19). Y ahí están. Si haces caso de ellos no harías nada y tu vida sería tan perfecta y precavida como insulsa. Y es que la perfección de la insulsez, en el fondo, es la mejor tentación farisea de la inacción.

Por eso, yo aconsejaría a dichos mediadores de lo sagrado, leer una lista alternativa en plan propositivo más bien. La siempre genial Mª Dolores Aleixandre hace tiempo afirmaba que hay siete verbos que facilitan el acceso a la Eucaristía; tales son: tener hambre, compartir mesa, recordar, entregar, anticipar, tragarse (a pesar de atragantaste en ocasiones) a Jesús y bendecir. Si estamos dispuestos a caminar en esa línea yo tengo la sensación de que estamos en buena gracia para acceder al banquete, mas allá de nuestras hiperglucemias y colesteroles.

Y es que la Eucaristía es más “mesa” que “despensa” y su sentido nos lo jugamos no en la mirada distante sino en el gusto atrevido. Pues gustémosla, porque ella puede, incluso, quitarnos algún que otro dis-gusto.

Ya lo dijo Miguel Hernández creo: “No esperes a mañana para volver al Pan, a Dios y al vino. Son ellos tu destino”.


Y como es el final, discúlpenme, por si en alguna que otra ocasión este curso uno se ha excedido con su palabra. No es fácil mantener equilibrios. Ya saben lo que dijo el clásico: “tan grave es el demasiado silencio como el inmoderado clamor (Sófocles, Antígona).

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por tu opinión.