La Madre, el Hijo y el vino,
Dice mi amigo Juan que el común de los mortales
abre mal las botellas de cava. Me explico,
generalmente, los no iniciados, cogemos la botella por el cuello y hacemos girar el corcho, forzándolo, hasta que conseguimos esa charra explosión que dicen que es signo de prosperidad en las nochebuenas y años nuevos.
generalmente, los no iniciados, cogemos la botella por el cuello y hacemos girar el corcho, forzándolo, hasta que conseguimos esa charra explosión que dicen que es signo de prosperidad en las nochebuenas y años nuevos.
Pues bien, no, así no se abre una botella de cava.
Por lo visto es mucho más adecuado coger la botella por su base y desde ahí,
girarla sobre el tapón, es decir, justo al revés de como lo hacemos. Y es que,
en ocasiones, nos gusta más olvidar las leyes de la naturaleza, que genralmente
son más razonables y moderadas, y
optamos por forzar la realidad pensando que esa es la mejor manera de llevarla
al lugar deseado.
Con esta nueva técnica, siempre en opinión de mi
amigo, se consigue hacer mucha menos fuerza, y desde luego prevenimos esa
explosión que, a la postre, quita cierta textura al caldo que posteriormente
saboreamos.
Sí, ya sé que estamos en una edición del Espejo de
la Iglesia y no en uno de los maravillosos programas que están al alza en nuestros días. Pero, por aquello de las extrañas
asociaciones de ideas, se me ha venido este ejemplo a la cabeza cuando he
pensado en el mes de mayo y en las devociones a la santísima virgen María tan propias
de estos días.
Fíjense que yo creo que con tales devociones marianas
puede pasarnos lo mismo que con la botella de cava, a saber, que forzando la
devoción, únicamente consigamos retorcer su culto de un modo explosivo pero
vacío. Como el corcho.
En esto y sin ser yo muy tradicional para estas cosas
prefiero seguir el consejo de aquel famoso obispo de Hipona, que fue San
Agustín quien afirmaba en su Sermon 25, que podemos leer en el oficio de
lectura en la fiesta de la Presentación de la Santísima Virgen, que en
María es más importante su
condición de discípula de Cristo que la de madre de Cristo, y que, por tanto es
más dichosa por ser discípula que por ser madre de Cristo.
Y
añade Agustín que María fue santa, María fue dichosa, pero más importante es la
Iglesia que la misma Virgen María. Al ser todos nosotros discípulos de Cristo, continua
San Agustín, todos somos madres de Cristo cuando escuchamos y cumplimos la
voluntad del padre del cielo.
Por
eso, en este mes de mayo hemos de estar muy atento con las devociones marianas,
no sea que convirtamos la memoria de aquella ejemplar mujer de Nazaret, cuyo
mayor título fue la de ser discípula de su hijo, en un trasnochado culto
neobarroco, tan explosivo y brillante como fugaz y sordo. Vamos! Como el corcho
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