HUGO, Víctor, Les misérables, V, 6, 2.
EVANGELIO
Unos días después, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre.
Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.»
Lucas 1, 39-45
COMENTARIO
Seguimos con
estos evangelios suprahistóricos de marcado matiz alegórico. En la base del
texto es identificable el recuerdo de las montañas de Ain-Karen. Estas
montañas fueron recorridas según la historia judía por el «Arca de la
Alianza», que para el antiguo pueblo de Israel era el objeto donde residía la
presencia de Dios y que tan sólo podía ser transportado por sacerdotes.
María, por la
encarnación de Jesús en su vientre, ha quedado convertida en «Arca de la
Alianza», es decir, en portadora de la presencia de Dios en su hijo
Jesús. Este es el simbolismo que Lucas le da a la visita que María realiza
a su prima Isabel. Por eso María hace el mismo recorrido que realizara antaño
el Arca de la Alianza por las montañas de Judá.
Pero
personalmente me parece mucho más revelador en el texto la respuesta se
Isabel: "¿Quién soy
yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis
oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre".
Efectivamente,
el texto nos pone sobre aviso de algo que es común en tantas y tantas experiencias religiosas:
la extrañeza y el estremecimiento, el asombro sorpresivo y la complicidad real. ¿Recordáis las
palabras del centurion cuando este le pide a Jesús la curación su criado?:
"No soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra
tuya bastará para sanarme".
Ambos
sentimientos, unidos, inseparables, indican la veracidad y la calidad
de una experiencia religiosa. Muchas veces nos preguntamos de qué está
hecho lo divino. Yo no lo sé. No sé decirlo, e incluso me da un poco de
vergüenza insinuar una explicación.
Confieso que es algo tan
distante que la palabra no puede alcanzarlo. Pero, por otra parte, allí donde
hay estremecimiento ("salto la criatura en mi vientre"), allí
hay huella de lo divino; allí hay densidad divina. Por eso, para la experiencia religiosa hace falta sensibilidad, sentido, un cierto gusto y asombro.
Creo que "ese"
divino es distancia y cercanía al mismo tiempo; "ese"
divino es dicha; y "ese" divino así sentido, mas allá de nuestras limitaciones, es señal de que estamos
en el buen camino ("lo que te ha dicho el Señor, se cumplirá").
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