domingo, 6 de noviembre de 2016

MISIÓN Y SEDUCCIÓN



El trepidante comienzo de este curso pastoral me ha hecho caer en la cuenta hoy mismo, de que desde aquí hasta la Navidad, este fin de semana es de los pocos calmados que nos quedan.
Los que nos preceden desde comienzos de octubre entre entronizaciones de la palabra, témporas, cofradías santos y difuntos… nos han hecho caminar a un ritmo acelerado; los que continúan a partir de la semana que viene son portadores también de una notable actividad diocesana. Mirando hacia atrás y hacia delante he pensado aprovechar este sábado y domingo y valorar como empiezo a plantear la misión diocesana en las parroquias donde estoy.

Creo que la misión diocesana es una buena oportunidad para la evangelización. Es decir, un “kairós” que dirían los clásicos. Sin misión, no hay anuncio; sin anuncio, no hay misión.

Todos estamos de acuerdo en que ya pasaron a la historia modelos anacrónicos de anuncio del evangelio. Nadie en su sano juicio va a “creer” por obligación, no sería sensato ni presentable.

Lo ideal quizás sería creer por convicción.  Pero no crean que esto es fácil; al fin y al cabo todos tenemos experiencia de que uno acaba en esto de la fe y de la religión por un cúmulo de circunstancias no claramente identificables. La “gracia” de Dios se deja conducir por vericuetos asombrosos para venir a ti. Uno se conoce ya “creyendo”, y en ocasiones no lo piensa más

Pero entre la obligación y la convicción hay todo un mar de posibilidades que hemos de analizar. Por ejemplo, hay que tener cuidado con un modelo de misión que ha hecho de la provocación su bandera. Las pro-vocaciones, eso tienen, que mueven, pero en la dirección contraria de los resultados deseables. Esto es, nunca hacia adelante, más bien expulsando hacia las cunetas por falta de sentido común y del sentido de la misericordia.

Otro modelo de misión es el anuncio por “presión”. En este caso los evangelizadores se dedican a colocar e el mercado de lo religioso más oferta que demanda hay. Una oferta exagerada con una demanda escasa provoca que el producto al final se devalúe, y si no quieres que se te eche a perder el producto, abaratarlo va a ser la única estrategia de consumo que te queda. 

Y hombre, no es serio esto; ya sabemos lo que decía uno de los más sugerentes teólogos del siglo XX, Dietrich Bonhöeefer cuando habla precisamente de la gracia barata que supone, en palabras suyas, ofrecer un “perdón si arrepentimiento, un bautismo sin seguimiento, una comunión sin convicción”.

¿Qué hacer entonces? Bueno, pues está difícil, pero nos queda una estrategia: la seducción.

Ojalá nuestra misión diocesana tenga el tacto de la seducción. No es ajena esta palabra a nuestra tradición judeo cristiana. El Dios de Jeremías utiliza la seducción como garantía de la respuesta profética; el Dios de Oseas hace de la seducción del corazón la garantía de la conversión.

Porque está claro que una misión que no llegue al corazón y toque la sensibilidad de los hombres y mujeres de hoy, no dejará de ser más que una cuidada estética vaciada de interioridad o un renovado catecismo con letras a color, pero cuyas frases siguen siendo tan lejanas como inertes.



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