EVANGELIO
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Habéis oído el mandamiento "no cometerás adulterio". Pues yo os digo: El que mira a una mujer casada deseándola, ya ha sido adúltero con ella en su interior. Si tu ojo derecho te hace caer, sácatelo y tíralo. Más te vale perder un miembro que ser echado entero en el infierno. Si tu mano derecha te hace caer, córtatela y tírala, porque más te vale perder un miembro que ir a parar entero al infierno. Está mandado: "El que se divorcie de su mujer, que le dé acta de repudio." Pues yo os digo: El que se divorcie de su mujer, excepto en caso de impureza, la induce al adulterio, y el que se case con la divorciada comete adulterio.»
Mateo 5, 27-32
Disculpad la
extensión del comentario de hoy. Es un texto típico que aclara mucho del “mundo
interior” que tenía Jesús.
En primer lugar,
salta a la vista lo que dijimos el otro día. Cuando Jesús hablaba en el
evangelio de hace dos días de que había de cumplirse hasta el más pequeño de
los preceptos, efectivamente no se estaba refiriendo a un cumplimiento de la
ley “al pie de la letra”. El "cumplimiento de la ley” en el libro
del Deuteronomio autorizaba a un cierto divorcio, expresado en términos de
repudio de la mujer por parte exclusivamente del marido. No sé si alguna vez habéis
leído el texto que está en la biblia. Os lo pongo a a continuación….es
escandaloso por cierto…. aunque era legal” y “divino”, es decir, “permitido por
la ley de Yahve:
“Si un hombre toma una
mujer y se casa con ella, y resulta que esta mujer no halla gracia a sus ojos,
porque descubre en ella algo que le desagrada, le redactará un libelo de
repudio, se lo pondrá en su mano y la despedirá de su casa. Si después de salir
y marcharse de casa de este, se casa con
otro hombre, y luego este hombre también la aborrece, le redacta un libelo de
repudio, lo pone en su mano y la despide de su casa; lo mismo ocurre si llega a
morir este segundo hombre que se ha casado con ella. El primer marido que la
repudió no podrá volver a tomarla por esposa porque ella está impura. Esto
sería una abominación a los ojos de Yavheh , y tu no debes hacer pecar a la
tierra que Yahveh tu Dios te da en herencia” (Deuteronomio 24, 1)
En el Evangelio
de hoy Jesús se “rebela” contra esa ley y “revela” una corrección que ya tuvo
en el propio Antiguo Testamento, concretamente en el libro del profeta
Malaquías, cuando afirma lo siguiente:
“Yahveh es testigo entre tú
y la esposa de tu juventud, a la que tu traicionaste, siendo así que ella era
tu compañera y la mujer de tu alianza. ¿No ha hecho él un solo ser, que tiene
carne y espíritu? … Guardad pues vuestro espíritu: no traiciones a la esposa de
tu juventud. Pues yo odio el repudio, dice Yahveh Dios de Israel…”. (Malaquías
2, 16)
¿Veis? Cuando
Jesús dice que tiene que cumplir la ley en su plenitud, se está refiriendo no
sólo al libro del Deuteronomio que permitía que el hombre repudiara a su mujer;
Jesús…como perfecto conocedor de la Ley, conocía el libro de Malaquías en el
que el propio judaísmo comienza a ser crítico con esa ley y pone en boca de
Dios que Yavhéh “odia” el repudio. Para
Jesús cumplir la Ley era cumplir “toda la Ley”, no sólo la ley que interesaba a
los varones de su tiempo.
Lo que hace
Jesús en el evangelio de hoy es desenmascarar a todos aquellos que en el nombre
de Dios “machacaban” a las mujeres de su tiempo. Más allá del “cumplimiento
externo” de las leyes, lo que importa, viene a decir Jesús es la actitud que
hay en el corazón. Y esa actitud de tu corazón es el auténtico criterio de
verdad. “No te ampares en leyes que te convienen –diría Jesús- cuando tu sabes
que lo que estás haciendo está mal”.
Por eso, este
evangelio revela que el Dios desde el que habla Jesús de Nazaret no admite las
relaciones de superioridad del hombre sobre la mujer; la mujer no es “posesión”
de marido, por tanto, despedirla y convertirla en “impura” no puede estar
amparado por la ley. Insisto, esto se refiere al contexto cultural en el que
vive Jesús.
El objetivo de
este texto es colocar en el mismo nivel de dignidad y de responsabilidad al
hombre y a la mujer. Nadie es posesión de nadie. Las mismas normas existen para
unos que para otras. La intención del texto no es exponer una “doctrina sobre
el divorcio” sino dejar claro que en el proyecto de sociedad que propone Jesús
no cabe el dominio del hombre sobre la mujer.
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