EVANGELIO
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Habéis oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo” y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto.»
Mateo 5, 43-48
“Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial
es perfecto”… Recuerdo que en mis primeros
años de cura me “molestaba” esta frase. Yo vivía con la convicción de que el
anuncio del evangelio nos invitaba a la conversión y no a la perfección. De medirnos alguien, lo haría por nuestra capacidad para dar una paso
atrás, recomponernos, y seguir caminando (conversión).
Me parecía entonces que
la “perfección” nos cogía siempre a los humanos en estado indebido, por nuestra
finitud que nos impide ser perfectos, o por nuestro orgullo que nos hace
creernos incuestionables.
Pero a la vuelta de veintitantos años
tengo otra experiencia. Reconozco que para bien o para mal ya no doy pasos
hacia atrás, no puedo darlos; y en ocasiones me gustaría...Y quizás lo de la “perfección”
lo entienda ahora….
Tengo la sensación de que el Maestro de Galilea, con esa
frase, nos invita a crecer; perfección no es “perfeccionismo”; hacer perfecta
nuestra vida es “completarla” cada día un poquito más, de tal forma que lo que
ayer era un mérito (“si amáis a los que os aman”) hoy ya no lo es (“¿qué premio
tendréis?”). En este sentido la llamada a la perfección es una llamada a la
plenitud, entendida como camino.
Reconozco que cada vez soy más crítico de
los terapeutas de gabinete o de los confesores de confesonario, es decir de
aquellos que pretenden aislar el “objeto” de nuestras imperfecciones para poder
catalogarlas y “erradicarlas”. Eso es una misión imposible.
La ambigüedad de la
vida (“seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que
hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos)”…la ambigüedad de la vida –digo- quizás sólo
nos permita “aliviarnos y cuidarnos” mutuamente, concibiendo la vida como un
proyecto comunitario de crecimiento en el que los errores que cometemos, lejos
de ser “trampas” en las que caemos, más bien se trata de ocasiones de
crecimiento, y por eso mismo trampolín que nos catapulta hacia la perfección (“donde
abundó el pecado, sobreabundó la gracia” Romanos 5, 20).
No podemos exigirle a nadie
eso del “amor a los enemigos”, pero si que podemos invitarnos mutuamente a un
proyecto de excelencia ética donde la “justicia” (“ojo por ojo diente por
diente”) sólo sea un mínimo, porque hemos aceptado que lo que nos caracteriza a
los humanos es “lo que podemos llegar a ser” y aún no somos…en palabras de
Jesús: “perfectos….como vuestro Padre”.
⏏COMENTARIO DEL AÑO 2015.
⏏COMENTARIO DEL AÑO 2015.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por tu opinión.