domingo, 12 de junio de 2016

DOMINGO XI DEL TIEMPO ORDINARIO. EL EVANGELIO DEL 12 DE JUNIO


EVANGELIO
En aquel tiempo, un fariseo rogaba a Jesús que fuera a comer con él. Jesús, entrando en casa del fariseo se recostó a la mesa. Y una mujer de la ciudad, una pecadora, al enterarse de que estaba comiendo en casa del fariseo, vino con un frasco de perfume, y, colocándose detrás junto a sus pies, llorando, se puso a regarle los pies con sus lágrimas, se los enjugaba con sus cabellos, los cubría de besos y se los ungía con el perfume. Al ver esto, el fariseo que lo había invitado, se dijo:
–Si éste fuera profeta, sabría quién es esta mujer que lo está tocando y lo que es: una pecadora.
Jesús tomó la palabra y le dijo:
–Simón, tengo algo que decirte.
El respondió:
–Dímelo, maestro.
Jesús le dijo:
–Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, los perdonó a los dos. ¿Cuál de los dos lo amará más?
Simón contestó:
–Supongo que aquel a quien le perdonó más.
Jesús le dijo:
–Has juzgado rectamente.
Y, volviéndose a la mujer, dijo a Simón:
–¿Ves a esta mujer? Cuando yo entré en tu casa, no me pusiste agua para los pies; ella en cambio me ha lavado los pies con sus lágrimas y me los ha enjugado con su pelo. Tú no me besaste; ella en cambio desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con ungüento; ella en cambio me ha ungido los pies con perfume. Por eso te digo, sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor: pero al que poco se le perdona, poco ama.
Y a ella le dijo:
–Tus pecados están perdonados.
Los demás convidados empezaron a decir entre sí: 
–¿Quién es éste, que hasta perdona pecados?
Pero Jesús dijo a la mujer:
–Tu fe te ha salvado, vete en paz.
Más tarde iba caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo predicando la Buena Noticia del Reino de Dios; lo acompañaban los Doce y algunas mujeres que él había curado de malos espíritus y enfermedades: María la Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana, mujer de Cusa, intendente de Herodes; Susana y otras muchas que le ayudaban con sus bienes.

Lucas   7,36-8,3

COMENTARIO

No, ni me he hecho diseñador todavía, ni me he olvidado de mi identidad católica; sólo que en ocasiones uno se exilia a otras mitologías más exóticas y se da cuenta de lo aburrido que era el pueblo judío y lo mucho que tuvo que trabajar sus sentimientos Jesús de Nazaret, para devolver un poco de sensatez a aquellas gentes.

Me explico, la imagen que antecede, utilizada por la marca Versace, corresponde a Medusa, un personaje típico de mitología griega. Cuentan que era un monstruo femenino con ojos centelleantes y la cabeza erizada de serpientes, dientes de jabalí, cuello escamoso y manos de bronce. Y todo aquel que contemplaba su rostro quedaba convertido en piedra. Y es que en ocasiones, en la mirada, nos lo jugamos todo.

Este era el problema de Simón el fariseo; no era mala persona, pero no sabía mirar. Su mirada petrificaba, convertía en piedra, todo cuanto veía. Simón, probablemente había convertido en piedra el pasado de aquella pobre mujer que aparece en el evangelio de hoy.

Jesús miraba a las personas de otro modo. Miraba su presente, recordad el evangelio de la semana pasada (se conmovía), y sobre todo, miraba lo que las personas podrían llegar a ser: “tu fe te ha salvado, vete en paz”.

En ocasiones la memoria nos hace crecer, pero también es verdad que si somos incapaces de salir de nuestros pasados erróneos, nuestra vida está abocada a ahogarse y a petrificarse. Ya lo hemos dicho en otras ocasiones, la fe no es “creer sin ver”, más bien es “creer más de lo que se ve”. Esto hace Jesús: mirar más adentro a las personas a las que tiene delante, y esa mirada refundaba su historia y la hacía germinar.

La mirada de Jesús, por redondear el comentario de hoy,  debía ser cono la mirada de Ceres, la diosa romana de la agricultura que enseñó a los humanos el arte de cultivar la tierra, de sembrar, recoger el trigo y elaborar pan. Su mirada era lánguida y relajada, solidaria podríamos decir.  El nombre Ceres, originalmente significaba “crecer, crear”. Esto es lo que hacía Jesús, mostrarse con-descendiente con todos los abajados de su tiempo, para que pudieran crecer. No otra cosa es el acontecimiento del perdón.


Tendremos que optar ante los demás y en  nuestra vida cotidiana entre la mirada e Medusa o la mirada de Ceres; entre una mirada que petrifica y mata, o una mirada que recrea y hace crecer. En ello nos va nuestra sensatez como religión.

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