EVANGELIO
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
-«Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán?
No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente.
Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte.
Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa.
Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo.»
-«Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán?
No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente.
Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte.
Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa.
Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo.»
Mateo 5, 13-16
Normalmente
los dioses reclaman para sí sumisión y reverencia. ¡Qué
digo los dioses!... cualquier humano con un poquito de "gracia" se
cuelga enseguida la medalla de mesías y pide no se si obediencia ciega, pero sí
atención constante.
Pero
Jesús es un "peculiar" hijo de Dios. Él, hablando a los discípulos,
les dice que nada de pleitesías baratas. Les da a sus discípulos la
responsabilidad de que sean sal y luz. ¡El mundo al revés! Quienes
tienen que sazonar la vida, darle gusto (darle sentido), son los propias
discípulos. Quienes tienen que alumbrar y guiar, siendo luz, son
los propios discípulos.
Permitidme
la expresión, pero me da la sensación de que Jesús quiere ser un Dios en
segundo plano, y pide a sus discípulos que crezcan, que maduren, porque
a ellos les toca llevar a cabo la tarea que en otro tiempo
correspondía al todopoderoso dios de Israel.
El
Evangelio de hoy, traído a nuestra vida, es una llamada al realismo. Sí, todos
somos un poco dioses, pero no porque tengamos súbditos, sino porque hemos
acogido con responsabilidad la gozosa posibilidad de humanizar, haciéndola
crecer, nuestra vida cotidiana.
Por
eso, una oración que ponga en manos de dios lo que tenemos que
hacer nosotros, no es cristiana; un culto expresado en gestos y signos anacrónicos
carentes de sentido en nuestra sensibilidad cultural, no es medio de encuentro
con la densidad divina que nos habita; un "decir" y
"pensar" a dios que no esté a la altura del momento histórico
que atravesamos, no deja des ser más que un flato de la voz... por
no decir otra cosa.
¿Le he abierto horizontes hoy a alguien? ("Alumbre
así vuestra luz?); ¿he dejado a las personas con las que me he
encontrado hoy un buen sabor de boca? ("sois la sal de la tierra).
Ambas preguntas representan una buena medida de la calidad y de la madurez
de nuestra experiencia de fe.
⏏COMENTARIO DEL AÑO 2015
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