En aquel tiempo, dijo Jesús a los escribas y fariseos esta parábola:
«Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos para decirles: "¡Felicitadme!, he encontrado la oveja que se me había perdido." Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.
«Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos para decirles: "¡Felicitadme!, he encontrado la oveja que se me había perdido." Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.
Lucas 15, 3-7
El viernes posterior a la festividad del
“Cuerpo y la Sangre de Cristo” celebramos en la Iglesia una fiesta de hondo
calado devocional, la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús. Mejor no hablar de
los orígenes de esta fiesta acudiendo a las visiones de Santa Margarita María de
Alacoque, e incluso, como gusta a algunos ahora, relacionarla con la “divina
misericordia” y las visiones de Faustina Kowalska. Las visiones de sendos
ejemplos de santidad, dan un poquito de miedo en el presente de este occidente
providencialmente descreído de esas maneras tenebrosas de entender la fe.
Todo es mucho más sencillo, más gozoso y
más normal. El evangelio de San Lucas que leemos hoy, es magistralmente
didáctico en relación con esta apuesta de Jesús por poner corazón, sensibilidad
y ternura en nuestro relación cotidiana con la realidad.
Jesús es el pastor que va en busca de la
oveja perdida, no porque sea la mejor, la más gorda (como dice el evangelio
apócrifo de Tomás), sino porque “está perdida”. ¡Maravilloso! Lo que provoca en
el pastor el hecho de ponerse en camino es que la oveja está perdida, o “echada
a perder”.
Jesús, obediente a su Padre, vuelve en esta versión lucana a dejar constancia de aquel dicho tan apasionado del evangelio de Juan: “el único deseo de mi Padre es que no pierda nada de lo que me dio”.
¡Genial! Un Dios absolutamente comprometido con la criatura; un Dios que no
pide reparaciones de ofensas causadas; un Dios cuyo único objetivo es recuperar
a la criatura.
Precisamente por eso, lo que era
“desgracia” (la perdición), se convierte en gracia (“felicitadme, he encontrado la oveja que se me había perdido”).
Por el contrario, lo que aparentemente es “gracia” se convierte, si no
en des-gracia, sí en “menos-gracia” (“habrá
más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y
nueve justos que no necesitan convertirse”).
Pero ahora nos toca a nosotros, cristianos
del siglo XXI. Toca recrear en “nuestro” corazón esos mismos sentimientos; toca
identificar a los perdidos, e incluso nuestras propias perdiciones (como bien advierte
San Juan de la Cruz cuando habla del alma que se vuelve perdidiza); toca poner
ternura en los sentimientos que todos tenemos cuando nos harta la vida o las personas que la habitan; toca seguir afirmando que,
aun siendo necesaria la teo-logía (el discurso teórico sobre dios), nos lo
jugamos todo en la teo-cordía, es decir en el decidido y manifiesto intento de revelar con nuestra
manera de vivir que lo definitivo en la historia es el amor.
PD: Como siempre, es bueno leer un comentario más riguroso sobre el valor de la misericordia en las parábolas de San Lucas. Podéis leerlo aquí.
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