EVANGELIO
En aquel tiempo, dijeron los discípulos a Jesús: - «Ahora sí que hablas claro y no usas comparaciones. Ahora vemos que lo sabes todo y no necesitas que te pregunten; por ello creemos que saliste de Dios.» Les contestó Jesús: - ¿Ahora creéis? Pues mirad: está para llegar la hora, mejor, ya ha llegado, en que os disperséis cada cual por su lado y a mí me dejéis solo. Pero no estoy solo, porque está conmigo el Padre. Os he hablado de esto, para que encontréis la paz en mí. En el mundo tendréis luchas; pero tened valor: yo he vencido al mundo.»
Juan 16, 29-33
COMENTARIO
Se trata de un
evangelio desconcertante el de hoy. Por una parte los discípulos comprenden al maestro,
pero este les advierte de su abandono. Pero la herida de dicho abandono se
verá compensada por la permanente presencia del Padre fiel en su vida. Y al final
una afirmación desconcertante: “Yo he
vencido al mundo”.
A las puertas de Jerusalén, ante los
umbrales de la cruz, Jesús dice “yo he vencido al mundo”. Para Jesús abrazar la cruz es vencer.
Cualquier psicoterapeuta razonable de nuestro tiempo tildaría de fanático a
quien pretendiera abrazar la cruz. Quizás Jesús en el Calvario, abrace la cruz,
no como loco fanático, sino como ser
humano apasionado y enamorado de la vida. Abrazar la cruz para Cristo es
abrazar a una humanidad dolorida, y compartir con ella sus gozos y sus sombras,
sus alegrías y tristezas. Abrazar la cruz es abrazar a la humanidad.
Cuando Jesús afirma que ha vencido al
mundo quizás quiera decir que ha luchado con todas sus fuerzas contra “el mundo
inhumano” que el contemplaba cada día, gobernado por una religión excluyente (el
judaísmo dominante que el conoció) y por un imperio cínico (el poder interesado
y violento de los romanos). Y Jesús los vence porque no ha sucumbido a los
deleites de un triunfo religioso a cualquier precio, ni a una visión utilitaria
de la vida donde impera la ley del más fuerte.
A Jesús, por fidelidad y convicción, le
cae el “peso del poder religioso” y el “peso del poder político”. Muere como
“hereje” ante el poder religioso judío y como criminal ante el poder político
romano.
Matan su cuerpo, pero no pueden borrar la
memoria de su espíritu. Ya lo advirtió a sus discípulos en alguna
ocasión: “No temáis a los que matan el
cuerpo pero no pueden matar el alma” (Mateo 10, 28). Esa es para Jesús la
clave de su victoria.
Cuando traemos el texto al hoy de nuestra
vida tendremos que hacer como creyentes un sencillo recuento de nuestras victorias
y de nuestras derrotas. Al fin y al cabo todos los días asistimos a un combate
personal e interior donde se miden ideales y realismos, ideales que anhelamos y
realismos que nos obligan, ideales exigentes y realismos encantadores….
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