Amor que se manifiesta y crece
133. El amor de amistad unifica todos los aspectos de la
vida matrimonial, y ayuda a los miembros de la familia a seguir adelante en
todas las etapas. Por eso, los
gestos que expresan ese amor deben ser constantemente cultivados, sin
mezquindad, llenos de palabras generosas. En la familia « es necesario usar tres palabras.
Quisiera repetirlo. Tres palabras: permiso, gracias,
perdón. ¡Tres palabras clave! ». « Cuando en
una familia no se es entrometido y se pide “permiso”, cuando en una familia no
se es egoísta y se aprende a decir “gracias”, y cuando en una familia uno se da
cuenta que hizo algo malo y sabe pedir “perdón”, en esa familia hay paz y hay
alegría »… las palabras adecuadas, dichas
en el momento justo, protegen y alimentan el amor día tras día.
134. …. El amor matrimonial no se cuida ante todo hablando de la
indisolubilidad como una obligación, o repitiendo una doctrina, sino afianzándolo gracias a un crecimiento
constante bajo el impulso de la gracia… El amor que no crece comienza a correr riesgos,…
135. No
hacen bien algunas fantasías sobre un amor idílico y perfecto, privado así de
todo estímulo para crecer. Una idea celestial del amor terreno olvida que lo mejor es lo que
todavía no ha sido alcanzado, el vino madurado con el tiempo. Como
recordaron los Obispos de Chile, « no existen las familias perfectas que nos propone la propaganda
falaz y consumista. En ellas no pasan los años, no existe la enfermedad, el
dolor ni la muerte [...] La
propaganda consumista muestra una fantasía que nada tiene que ver con la
realidad que deben afrontar, en el día a día, los jefes y jefas de hogar
». …Es más sano aceptar
con realismo los límites, los desafíos o la imperfección, y escuchar el
llamado a crecer juntos, a madurar el amor y a cultivar la solidez de la unión,
pase lo que pase.
Diálogo
136. El
diálogo es una forma privilegiada e indispensable de vivir, expresar y madurar
el amor en la vida matrimonial y familiar... El modo de preguntar, la forma de responder, el tono
utilizado, el momento y muchos factores más, pueden condicionar la
comunicación.
137. Darse
tiempo, tiempo de
calidad, que consiste en escuchar
con paciencia y atención, hasta que el
otro haya expresado todo lo que necesitaba. Esto requiere la ascesis de no empezar a
hablar antes del momento adecuado. En lugar de comenzar a dar opiniones o consejos,
hay que asegurarse
de haber escuchado todo lo
que el otro necesita decir.
Esto implica hacer un silencio interior para escuchar sin ruidos en el corazón o en la mente: despojarse de toda prisa,
dejar a un lado las propias necesidades y urgencias, hacer espacio. Muchas veces uno de los
cónyuges no necesita una solución a sus problemas, sino ser escuchado. Tiene que sentir que se ha
percibido su pena, su desilusión, su miedo, su ira, su esperanza, su sueño.
Pero son frecuentes lamen- tos como estos: « No me
escucha. Cuando parece que lo está haciendo, en realidad está pensando en otra
cosa ». « Hablo y siento que está esperan- do que termine de una vez». «Cuando
hablo intenta cambiar de tema, o me da respuestas rápidas para cerrar la
conversación ».
138. Desarrollar
el hábito de dar importancia real al otro. Se trata de valorar su
persona, de reconocer que tiene derecho a existir, a pensar de manera autónoma
y a ser feliz. Nunca hay
que restarle importancia a lo que diga o reclame, aunque sea necesario
expresar el propio punto de vista. Subyace aquí la convicción de que todos tienen algo que aportar,
porque tienen otra experiencia de la vida, porque miran desde otro punto de
vista, porque han desarrollado otras preocupaciones y tienen otras habilidades
e intuiciones.
Es posible
reconocer la verdad del otro, el valor de sus
preocupaciones más hondas y el trasfondo de lo que dice, incluso detrás de palabras
agresivas. Para ello hay que tratar de ponerse en su lugar e interpretar
el fondo de su corazón, detectar lo que le apasiona, y tomar esa pasión como
punto de partida para profundizar en el diálogo.
139. Amplitud
mental, para no
encerrarse con obsesión en unas pocas ideas, y flexibilidad para poder modificar o
completar las propias opiniones. … La unidad a la que hay que aspirar no es uniformidad, sino una «
unidad en la diversidad », o una « diversidad reconciliada ».
En ese estilo enriquecedor de comunión fraterna, los
diferentes se encuentran, se respetan y se valoran, pero manteniendo diversos
matices y acentos que enriquecen el bien común. Hace falta liberarse de la obligación de ser iguales.
También se necesita astucia para advertir a tiempo las « interferencias » que
puedan aparecer, de
manera que no destruyan un proceso de diálogo. …..Es importante la
capacidad de expresar lo
que uno siente sin lastimar; utilizar un lenguaje y un modo de hablar que pueda ser más fácilmente aceptado
o tolera- do por el otro, aunque el contenido sea exigente; plantear los propios reclamos
pero sin descargar la ira como forma de venganza, y evitar un lenguaje moralizante
que sólo busque agredir, ironizar, culpar, herir.
141. Finalmente, reconozcamos que para que el diálogo valga la pena hay que tener
algo que decir, y
eso requiere una riqueza interior que se alimenta en la lectura, la reflexión
personal, la oración y la apertura a la sociedad. De otro modo, las
conversaciones se vuelven aburridas e inconsistentes. Cuando ninguno de los cónyuges se cultiva y no
existe una variedad de relaciones con otras personas, la vida familiar se
vuelve en-dogámica y el diálogo se empobrece.
(Exhortación Apostólica “La Alegría del Amor”
Amoris Laetitia, 133-141)
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