Crecer en la caridad conyugal
121.
El matrimonio es un signo
precioso, porque «cuando un hombre y una mujer celebran el sacramento del
matrimonio, Dios, por decirlo así, se “refleja” en ellos, imprime en
ellos los propios rasgos y el carácter indeleble de su amor.
122.
Sin embargo, no conviene
confundir planos diferentes: no hay que arrojar sobre dos personas limitadas el
tremendo peso de tener que reproducir de manera perfecta la unión que existe
entre Cristo y su Iglesia, porque el matrimonio como signo implica «un proceso dinámico, que
avanza gradualmente con la progresiva integración de los dones de Dios »
Toda
la vida, todo en común
123.
Después del amor que nos une a Dios, el amor conyugal es la «máxima amistad»…. Seamos sinceros y reconozcamos
las señales de la realidad: quien está enamorado no se plantea que esa relación
pueda ser sólo por un tiempo; quien vive intensamente la alegría de casarse no
está pensando en algo pasajero; quienes acompañan la celebración de una unión
llena de amor, aunque frágil, esperan que pueda perdurar en el tiempo;
los hijos no sólo quieren que sus padres se amen, sino también que sean fieles
y sigan siempre juntos. Estos y otros signos muestran que en la naturaleza misma del amor
conyugal está la apertura a lo definitivo…
124.
Un amor débil o enfermo,
incapaz de aceptar el matrimonio como un desafío que requiere luchar, renacer,
reinventarse y empezar siempre de nuevo hasta la muerte, no puede sostener un nivel alto
de compromiso. Cede a la cultura de lo provisorio, que impide un proceso
constante de crecimiento. Pero «prometer un amor para siempre es posible cuando
se descubre un plan que sobrepasa los propios proyectos, que nos sostiene y nos
permite entregar totalmente nuestro futuro a la persona amada». ..
Alegría
y belleza
127.
El amor de amistad se
llama « caridad » cuando se capta y aprecia el «alto valor» que tiene el otro. La belleza —el «alto valor» del otro, que no
coincide con sus atractivos físicos o psicológicos— nos permite gustar lo sagrado de su persona, sin la imperiosa necesidad de
poseerlo. En la sociedad de consumo el sentido estético se empobrece, y
así se apaga la alegría. Todo está para ser comprado, poseído o consumido;
también las personas. La
ternura, en cambio, es una manifestación de este amor que se libera del deseo
de la posesión egoísta. Nos lleva a vibrar ante una persona con un
inmenso respeto y con un cierto temor de hacerle daño o de quitarle su
libertad. El amor al otro implica ese gusto de contemplar y valorar lo bello y
sagrado de su ser personal, que existe más allá de mis necesidades.
128.
La experiencia estética
del amor se expresa en esa mirada que contempla al otro como un fin en sí mismo,
aunque esté enfermo, viejo o privado de atractivos sensibles. La mirada que
valora tiene una enorme importancia, y retacearla suele hacer daño. … Muchas heridas y crisis se
originan cuando dejamos de contemplarnos. Eso es lo que expresan algunas quejas y reclamos que se
escuchan en las familias: «Mi esposo no me mira, para él parece que soy invisible». «Por
favor, mírame cuando te
hablo ». « Mi esposa ya no me mira, ahora sólo tiene ojos para sus
hijos». « En mi casa yo no le importo a nadie, y ni siquiera me
ven, como si no existiera». El amor abre los ojos y permite ver, más
allá de todo, cuánto vale un ser humano.
130.
Por otra parte, la alegría
se renueva en el dolor. Como decía san Agustín: «Cuanto mayor fue el
peligro en la batalla, tanto mayor es el gozo en el triunfo». Después de haber sufrido y
luchado juntos, los cónyuges pueden experimentar que valió la pena, porque
consiguieron algo bueno, aprendieron algo juntos, o porque pueden
valorar más lo que tienen. Pocas alegrías humanas son tan hondas y festivas
como cuando dos personas que se aman han conquistado juntos algo que les costó
un gran esfuerzo compartido.
Casarse
por amor
131.
Quiero decir a los jóvenes
que nada de todo esto se ve perjudicado cuando el amor asume el cauce de la
institución matrimonial. La unión encuentra en esa institución el modo
de encauzar su estabilidad y su crecimiento real y concreto. Es verdad que el amor es mucho más que un
consentimiento externo o que una especie de contrato matrimonial, pero también es cierto que la
decisión de dar al matrimonio una configuración visible en la sociedad,
con unos determinados compromisos, manifiesta su relevancia: muestra la seriedad de la identificación con el otro, indica
una superación del individualismo adolescente, y expresa la
firme opción de pertenecerse el
uno al otro. …. Implica
una serie de obligaciones, pero que brotan del mismo amor, de un amor tan decidido y generoso que es capaz de arriesgar el futuro.
132.
Optar por el matrimonio de esta manera, expresa la decisión real y efectiva de convertir dos
caminos en un único camino, pase lo que pase y a pesar de cualquier
desafío. Por la seriedad que tiene este compromiso público de amor, no puede ser una decisión
apresurada, pero por esa misma razón tampoco se la puede postergar indefinidamente. Comprometerse con otro de
un modo exclusivo y definitivo siempre tiene una cuota de riesgo y de osada apuesta. El rechazo de asumir este compromiso es
egoísta, interesado, mezquino, no acaba de reconocer los derechos del
otro y no termina de presentarlo a la sociedad como digno de ser amado
incondicionalmente. Por
otro lado, quienes están verdaderamente enamorados tienden a manifestar a los
otros su amor. El amor concretizado en un matrimonio contraído ante los
demás, con todos los compromisos que se derivan de esta institucionalización,
es manifestación y resguardo de un «sí» que se da sin reservas y sin
restricciones. Ese sí es decirle al otro que siempre podrá confiar, que no será
abandonado cuando pierda atractivo, cuan-do haya dificultades o cuando se
ofrezcan nuevas opciones de placer o de intereses egoístas.
(Exhortación Apostólica “La Alegría del Amor”
Amoris Laetitia, 121-132)
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