Nuestra enseñanza sobre el matrimonio y la familia no
puede dejar de inspirarse y de transfigurarse a la luz de este anuncio de amor y de ternura, para no convertirse en una mera defensa de una doctrina fría y sin
vida.
La indisolubilidad del matrimonio —“lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre” (Mt
19,6)— no hay que
entenderla ante todo como un “yugo” impuesto a los hombres sino como un “don” hecho
a las personas unidas en matrimonio…
Fuera del verdadero matrimonio natural también hay
elementos positivos en las formas matrimoniales de otras tradiciones religiosas»,… Podemos decir que « toda persona que quiera traer a este mundo una familia,
que enseñe a los niños a alegrarse por cada acción que tenga como propósito
vencer el mal…. encontrará
gratitud y estima, no importando el pueblo, o la religión o la región a la que
pertenezca».
«La mirada de Cristo, cuya luz alumbra a
todo hombre inspira el
cuidado pastoral de la Iglesia hacia los fieles que simplemente conviven,
quienes han contraído
matrimonio sólo civil o los divorciados vueltos a casar. …. la Iglesia mira con amor a quienes participan
en su vida de modo imperfecto: pide para ellos la gracia de la
conversión; les infunde valor para hacer el bien, para hacerse cargo con amor
el uno del otro y para estar al servicio de la comunidad en la que viven y
trabajan [...]
Cuando la
unión alcanza una estabilidad notable mediante un vínculo público —y
está connotada de afecto profundo, de responsabilidad por la prole, de
capacidad de superar las pruebas— puede ser vista como una oportunidad para acompañar hacia el sacramento
del matrimonio, allí donde sea posible »
«Frente a situaciones difíciles y familias heridas,
siempre es necesario recordar un principio general: “Los pastores, por amor a la verdad, están obligados a discernir bien
las situaciones….”….. al mismo tiempo que la doctrina se ex- presa con
claridad, hay que evitar
los juicios que no toman en cuenta la complejidad de las diversas situaciones,
y hay que estar atentos al
modo en que las personas viven y sufren a causa de su condición ».
(Exhortación Apostólica “La Alegría del Amor”
Amoris Laetitia, 58-89)
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