Me
llama curiosamente la atención la obsesión por el “tocar” que podemos rastrear
en las apariciones de Jesus resucitado a sus discípulos. El “tocar” aparece
como garantía de una presencia.
Un “tocar” vetado en algunos momentos ( a María
Magdalena), pero ofrecido como prueba evidente de su presencia en otras.
Las narraciones sobre las apariciones tienden a expresar que a Jesús resucitado lo “vieron”, lo “escucharon”, “olieron” con Él a pez asado, “gustaron”
con Él panes y peces, y también lo “tocaron y palparon”.
Es
fácil imaginar que el propósito último de estos textos era transmitir que
Jesús, después de morir, seguía siendo un “viviente” para sus discípulos y que,
consecuentemente, les “entraba por los sentidos”.
Recurrir
a los sentidos como manera de probar la verdad es lo más normal del mundo.
Expresiones tales como “lo vieron
mis ojos”, “eso lo oí yo”, “tal cosa
me huele mal”, “que mal me ha sabido tal situación”, “pondría la mano en el fuego por tal
persona”… en fin, toda este red de expresiones que utilizamos en la
coloquialidad de nuestra relación con los demás, quieren expresar la seguridad
y la veracidad de lo que estamos comunicando.
Ahora
bien, somos conscientes de que la fuerza de estas expresiones van más allá de
su materialización concreta y de su cumplimiento exacto. No vamos a poner la
mano en el fuego por nadie aunque estemos absolutamente seguros de la verdad
que defiende, por ejemplo. Es evidente que dichas expresiones se tratan de una manera de hablar que expresa una manera de sentir.
Por
tanto, obsesionarnos dos mil años después por la exacta historicidad y
veracidad de las apariciones de Jesús resucitado, dadas las contradicciones de
los textos bíblicos, no lleva a ninguna parte. A mi juicio, esa manera de leer
la biblia es raquítica. Tan raquítica como si alguien nos dijera ¿de qué grado
fue la quemadura que padeciste al poner la mano en el fuego cuando defendiste a
tal persona? Absurdo.
La
interpretación que hemos de hacer de estos textos ha de ser mucho más rica y
vital. Aquella primitiva comunidad quiso transmitirnos que, tras morir Jesús,
le sentían vivo y actuante en la historia. ¡Y vaya que seguía actuando en la
historia!. De hecho, dos mi años después, seguimos estando aquí.
Por
cierto, lo que no puedo comprender y hasta me preocupa, es que la Iglesia no haya
aceptado siempre y de igual modo esta cuestión de los sentidos. Experimentar a
través de los sentidos ha tenido mala prensa en algunos momentos de la historia
de la Iglesia. Esta prevención de no poder “tocar con las manos” el “Cuerpo de
Cristo”, y casi no poder “”degustarlo”, no deja de ser una expresión de esta
prevención, a mi corto entender absurda.
Hay
un texto en el Cantar de los Cantares precioso y emocionante: "¡Que
me bese con los besos de su boca! (Cant 1, 2)" ). El Cantar
nos habla del amor de Dios que sin perder intensidad abarca y abraza a toda la
humanidad. En la Biblia, los sentidos, están a flor de piel.
San Gregorio de Nisa, un santo y escritor cristiano del
siglo IV afirma que los sentidos nos abren a una gran experiencia, puesto que a
través de los cinco sentidos el ser humano puede llegar a percibir sensaciones
buenas o malas, agradables o desagradables; los sentidos conducen al ser humano
a una misteriosa intuición de lo divino, luminoso, armonioso, o sus contrarios
como lo tenebroso o amargo. Los sentidos nos pueden conducir hacia una rica
experiencia interior; entonces se instaura una comunicación intuitiva y eficaz
que despliega una experiencia interior conectada con lo espiritual.
Nuestro Papa Francisco, con un lenguaje más normal, habla
del “tacto” como de un sentido que acerca a la experiencia de Dios:
“... En cada hermano y hermana en dificultad abrazamos la carne de Cristo que
sufre... Abrazar, abrazar. Todos hemos de aprender a
abrazar a los necesitados”
(En el Hospital de Río de Janeiro, 24 de julio de 2013. Observatore Romano 26.7.2013, 8.
)
“La Iglesia es madre. Ni usted ni yo conocemos a ninguna
mamá por correspondencia. la mamá da
cariño, toca, besa, ama. Cuando la Iglesia, ocupada en mil cosas, descuida
la cercanía, descuida esto, y se comunica solamente con documentos, es como la
mamá que se comunica con su hijo por carta. ..”
(Entrevista en la emisora Rede Globo, 25 de julio de
2013, Observatore Romano 9-16.8.2013, 6/7).
En resumen, quiero decir con todo esto que el “universo
de sentidos” vinculado a los textos de las apariciones, suponen una manera de afirmar
que Jesús, para aquella primitiva comunidad, seguía estando vivo y actuante en
la historia. Es un error, por tanto, “espiritualizar” lo divino desencarnándolo
de nuestra historia cotidiana. Por tanto, una experiencia religiosa vibrante,
ha de intentar hacer de “nuestros sentidos” cauce y expresión de nuestra fe más que algo que nos aparte de ellos.
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