EVANGELIO
Seis días antes de la Pascua, fue Jesús a Betania, donde vivía Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos.
Allí le ofrecieron una cena; Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban con él a la mesa. María tomó una libra de perfume de nardo, auténtico y costoso, le ungió a Jesús los pies y se los enjugó con su cabellera. Y la casa se llenó de la fragancia del perfume. Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que lo iba a entregar, dice: «¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios para dárselos a los pobres? .» Esto lo dijo, no porque le importasen los pobres, sino porque era un ladrón; y como tenía la bolsa llevaba lo que iban echando. Jesús dijo: - «Déjala; lo tenía guardado para el día de mi sepultura; porque a los pobres los tenéis siempre con vosotros, pero a mí no siempre me tenéis.» Una muchedumbre de judíos se enteró de que estaba allí y fueron, no sólo por Jesús, sino también para ver a Lázaro, al que había resucitado de entre los muertos. Los sumos sacerdotes decidieron matar también a Lázaro, porque muchos judíos, por su causa, se les iban y creían en Jesús.
Juan 12, 1-12
COMENTARIO
El personaje de
Judas siempre me ha llamado la atención. Es de los que están en el centro pero
nunca centrados. Y eso es un peligro, porque conducen la acción de los dramas vitales
a lugares sin sentido.
Ciertamente es
razonable lo que dice Judas. Aquel perfume, si valía tanto como dicen, podría
haber resuelto alguna que otra necesidad. Pero su buena iniciativa deja igual
al que contempla la escena porque, más que en el valor del hecho, el lector se
fija en la calidad moral del que lo propone. Y a estas alturas del drama evangélico,
y conociendo el final, Judas resulta muy antipático.
Judas, con su impertinente pregunta, se
convierte en centro de la última cena. También es el centro en el momento del prendimiento con aquel beso agrio a
Jesús. Judas intenta redimir su vida colocándose de nuevo en el centro con su suicidio…
Y es que hay personas que o viven en el centro o se descentran ellas.
Pero observando
a Judas caemos en la cuenta de que el centro, no deja de ser más que un punto de
interés personal donde sellar protagonismos excluyentes y en ocasiones
enfermizos. Y lo más trágico, hay quien vive del “centro” porque huye de “su
centro”.
Frete a este
Judas permanentemente centrado, Jesús se va “sabiendo” poco a poco arrinconado.
Que una mujer ungiera a un maestro era una costumbre
desconocida entre los judíos de Israel, pero usual entre los judíos que
estuvieron en el exilio de Babilonia. En este texto el hecho de «ungir» es
simbólico. No apunta tanto a los pies, sino a la costumbre de ungir los
cadáveres en su enterramiento. Anticipa lo que van a hacer en breves fechas con
Jesús.
Un tiempo más
tarde alguien sellará la tumba de Jesús, pero el aroma de su enterramiento
recordará más al perfume de nardo de aquella mujer, que a la amarga bilis del “centrado”
Judas.
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