miércoles, 3 de febrero de 2016

LA MISIÓN DE LA MISERICORDIA





Llevamos ya dos meses a vueltas y revueltas con la Misericordia y me estoy dado cuenta de que la transitabilidad de esta puerta es difícil. No quiero caer en pesimismos estériles, pero habrá que caminar con mucha cautela e intentar pasar en este sentido de la liturgia a la vida para que la vida se haga liturgia.

Me explico. Creo que un gran reto que tiene la Iglesia con esta apuesta es Evangelizar desde la misericordia. Y nuestra sociedad, al menos la más mediática, que no se si es la más real, aunque si la que más nos influye, no está por la labor.

Les propongo un experimento. Pongan la televisión hoy o mañana y apunten las veces que en los telediarios nuestros políticos pronuncian frases que invitan a “no sobrepasar determinadas líneas rojas”, o a considerara “innegociables determinadas cuestiones”. Cada uno pinta en rojo y califica de innegociable lo que más les conviene, claro. ¡Para que luego digan que sólo es la Iglesia la que tiene dogmas inamovibles!

Y es que allí donde se huele a poder más que activar los puentes los desactivamos, recuperando los castillos de antaño, bellos por fuera, inhóspitos por dentro y a la larga en liquidación por derribo.

Pues fíjense, yo creo que esta es una misión bonita que como Iglesia podríamos plantearnos. Proponer la misericordia a nuestra sociedad. Dejémonos de otro tipo de misiones consistentes en ofrecer las recurrencias de siempre que a modo de monos de feria nos visitan en fiestas. Contagiémonos y contagiemos a nuestra sociedad de misericordia, y a ser posible con pedagogía, porque la misericordia tiene su pedagogía.

Por ejemplo comencemos con la “simpatía”. Como Iglesia seamos simpáticos con nuestra sociedad y digámosle a la gente que no hay que ir por la vida “impostando” la distancia. Donde se posturea la distancia y el continuo recelo, sembramos los ridículo y cosechamos estupidez. Ser simpático es participar, desde los sentimientos, de los afectos de la gente y vivir con esa cualidad nuestras relaciones personales. Ya saben aquello del Vaticano II: “los gozos y las esperanzas, de los hombres de nuestro tiempo, son a la vez gozos y esperanzas, de la Iglesia”.

En segundo lugar, continuemos con la empatía. Es decir, aparte de corazón pongamos razón en nuestro encuentro con los demás. ¿Y si el otro llevara razón? ¿Y si mi deposito de verdades personales )de mis líneas rojas y cuestiones innegociables) está amohecido? Digo yo que si los seres humanos morimos también las ideas que parimos son susceptibles de caducar. Empatizar es cambiar las líneas por círculos, y lo innegociable por dialogable. A la luz de lo que estamos viendo estos días, nunca un No resultó tan antipático.


Y finalmente, acabemos con la misericordia. Esto es el colmo. Se trata de tener capacidad de sentir la desdicha de los demás. Ojo, no sólo la dicha, también la desdicha. Simpáticos, empáticos y misericordiosos, una bella trinidad evangelizadora en estos futuros tiempos de misión desnortada.

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