domingo, 13 de diciembre de 2015

DOMINGO III DE ADVIENTO. EL EVANGELIO DEL DOMINGO 13 DE DICIEMBRE

EVANGELIO
En aquel tiempo, la gente preguntaba a Juan:
–¿Entonces, qué hacemos?
El contestó:
–El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo.
Vinieron también a bautizarse unos publicanos; y le preguntaron:
–Maestro, ¿qué hacemos nosotros?
El les contestó:
–No exijáis más de lo establecido.
Unos militares le preguntaron:
–¿Qué hacemos nosotros?
El les contestó:
–No hagáis extorsión a nadie, ni os aprovechéis con denuncias, sino contentaos con la paga.
El pueblo estaba en expectación y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos:
–Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. El os bautizará con Espíritu Santo y fuego: tiene en la mano la horca para aventar su parva y reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga.
Añadiendo otras muchas cosas, exhortaba al pueblo y le anunciaba la Buena Noticia.

Lucas   3, 10-18
COMENTARIO

Desde el jueves pasado hasta este domingo, en los ambientes eclesiales, da la sensación de que estamos viviendo un momento de “apertura” eclesial. Lo que cuentan del Vaticano II con aquella sensibilidad de “abrir las ventanas de la Iglesia”, parece repetirse a lo largo y ancho de esta semana desde el momento en que el Papa Francisco decidiera abrir la Puerta Santa Vaticana el pasado día de la Inmaculada. 
Creo que en todas las diócesis, durante este sábado y domingo se están abriendo las “respectivas puertas jubilares” en este recién estrenado “Año Jubilar de la Misericordia”. Abrir ventanas y abrir puertas es mejor que cerrarlas, por eso creo que no debe pasar de largo este acontecimiento eclesial.

El Evangelio de este domingo es “sensato” hasta la médula, o “hasta los tuétanos” que dirían los profetas. La gente, expectante ante Juan que les parece el Mesías, le preguntan en qué tienen que cambiar. Es genial. 

El judaísmo llevaba siete siglos, con su Ley, diciendo lo que había que hacer… y nada, ni caso. Llega este Juan Bautista, extraño y conflictivo personaje, y es a él a quien la gente le pregunta “dinos… ¿qué tenemos que hacer?”.

La conversión a la que invita Juan es “relativamente fácil”: en primer lugar al sentido común (“el que tenga dos túnicas, que reparta una”); en segundo lugar a la honradez (“no exijáis más de los establecido”); en tecer lugar a la humildad y a la misericordia (no extorsionéis a nadie con vuestra fuerza, no abuséis de vuestro poder). En resumen, Juan llama a una conversión que vuelva más sensata a la humanidad.

Que la iglesia ha estado y está al lado de quienes lo necesitan, de esto no hay duda. Desde la “caridad” más ordenada que trabaja por la justicia,  hasta “caridad” más espontánea que pone parches cuando la cesta de la compra es inalcanzable, …en ese trecho es fácil encontrar a cristianos y cristianas que jubilosamente comparten su tiempo y su ilusión. 

Probablemente sea esta una de las acciones creyentes que más “acuerdo” suscitan en el encuentro iglesia-sociedad. Aquí no haría falta abrir ninguna puerta, ya están abiertas desde hace tiempo y es fácil trabajar ahí de porteros.

Dicen que cuando comenzó el Concilio Vaticano II el cardenal Montini, futuro papa Pablo VI, lanzó esta pregunta “Iglesia, ¿qué dices de ti misma?”. Bueno, pues hoy, unos cuantos años más tarde, sería bueno que esta iglesia, indudablemente más madura, se atreva a preguntarse lo mismo que le preguntaba  la gente a Juan el Bautista: “¿qué tengo que hacer?”.

Todavía hay algunas cuestiones en el interior de la Iglesia que rondan el “sin-sentido común”: se me ocurren a bote pronto tres. 

En primer lugar, equiparar en nuestra religión a hombres y mujeres porque hay una clara situación de privilegio de los unos sobre las otras en aspectos centrales de nuestra fe cristiana.

En segundo lugar, desatascar (por decirlo bastamente) los caminos de “iniciarnos” a la pertenencia a la Iglesia, porque cincuenta años después del concilio seguimos siendo una iglesia de personas sacramentalmente institucionalizados pero vitalmente alejados.

En tercer lugar, apostar por un “ajuste existencial” con los tiempos que corren porque hay diversidad de maneras de amarse, diversidad de maneras de entender la familia, la paternidad y la maternidad….parafraseando a San pablo…. hay diversidad de maneras pero un solo espíritu: el del Amor. Y la iglesia “pertrechada de rígidas armaduras espartanas” no acierta a situarse en este contexto.

Sería triste que este año de “jornada de puertas abiertas”, cayéramos en el mismo error de siempre: decir a la gente qué tienen que hacer ellos y no preguntarnos por aquello en lo que hemos de cambiar nosotros.


A mi corto entender, esta va a ser la clave del éxito de Jubileo de la Misericordia. Y quizás, lo que haga posible diferenciar las “puertas santas” de las “puertas mágicas", permitiéndonos discernir la distancia que hay entre una Iglesia Jubilar y una iglesia jubilada.

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