En aquel tiempo, la gente preguntaba a Juan:
–¿Entonces, qué hacemos?
El contestó:
–El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo.
Vinieron también a bautizarse unos publicanos; y le preguntaron:
–Maestro, ¿qué hacemos nosotros?
El les contestó:
–No exijáis más de lo establecido.
Unos militares le preguntaron:
–¿Qué hacemos nosotros?
El les contestó:
–No hagáis extorsión a nadie, ni os aprovechéis con denuncias, sino contentaos con la paga.
El pueblo estaba en expectación y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos:
–Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. El os bautizará con Espíritu Santo y fuego: tiene en la mano la horca para aventar su parva y reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga.
Añadiendo otras muchas cosas, exhortaba al pueblo y le anunciaba la Buena Noticia.
–¿Entonces, qué hacemos?
El contestó:
–El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo.
Vinieron también a bautizarse unos publicanos; y le preguntaron:
–Maestro, ¿qué hacemos nosotros?
El les contestó:
–No exijáis más de lo establecido.
Unos militares le preguntaron:
–¿Qué hacemos nosotros?
El les contestó:
–No hagáis extorsión a nadie, ni os aprovechéis con denuncias, sino contentaos con la paga.
El pueblo estaba en expectación y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos:
–Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. El os bautizará con Espíritu Santo y fuego: tiene en la mano la horca para aventar su parva y reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga.
Añadiendo otras muchas cosas, exhortaba al pueblo y le anunciaba la Buena Noticia.
Lucas 3, 10-18
COMENTARIO
Desde el jueves pasado hasta este
domingo, en los ambientes eclesiales, da la sensación de que estamos viviendo
un momento de “apertura” eclesial. Lo que cuentan del Vaticano II con aquella
sensibilidad de “abrir las ventanas de la Iglesia”, parece repetirse a lo largo
y ancho de esta semana desde el momento en que el Papa Francisco decidiera
abrir la Puerta Santa Vaticana el pasado día de la Inmaculada.
El Evangelio de este domingo es “sensato”
hasta la médula, o “hasta los tuétanos” que dirían los profetas. La gente,
expectante ante Juan que les parece el Mesías, le preguntan en qué tienen que
cambiar. Es genial.
El judaísmo llevaba siete siglos, con su Ley, diciendo lo
que había que hacer… y nada, ni caso. Llega este Juan Bautista, extraño y
conflictivo personaje, y es a él a quien la gente le pregunta “dinos… ¿qué
tenemos que hacer?”.
La conversión a la que invita Juan es
“relativamente fácil”: en primer lugar al sentido común (“el que tenga dos
túnicas, que reparta una”); en segundo lugar a la honradez (“no exijáis más de
los establecido”); en tecer lugar a la humildad y a la misericordia (no
extorsionéis a nadie con vuestra fuerza, no abuséis de vuestro poder). En
resumen, Juan llama a una conversión que vuelva más sensata a la humanidad.
Que la iglesia ha estado y está al lado
de quienes lo necesitan, de esto no hay duda. Desde la “caridad” más ordenada
que trabaja por la justicia, hasta
“caridad” más espontánea que pone parches cuando la cesta de la compra es
inalcanzable, …en ese trecho es fácil encontrar a cristianos y cristianas que
jubilosamente comparten su tiempo y su ilusión.
Probablemente sea esta una de
las acciones creyentes que más “acuerdo” suscitan en el encuentro
iglesia-sociedad. Aquí no haría falta abrir ninguna puerta, ya están abiertas
desde hace tiempo y es fácil trabajar ahí de porteros.
Dicen que cuando comenzó el Concilio
Vaticano II el cardenal Montini, futuro papa Pablo VI, lanzó esta pregunta
“Iglesia, ¿qué dices de ti misma?”. Bueno, pues hoy, unos cuantos años más
tarde, sería bueno que esta iglesia, indudablemente más madura, se atreva a
preguntarse lo mismo que le preguntaba
la gente a Juan el Bautista: “¿qué tengo que hacer?”.
Todavía hay algunas cuestiones en el
interior de la Iglesia que rondan el “sin-sentido común”: se me ocurren a bote
pronto tres.
En primer lugar, equiparar en nuestra religión a hombres y mujeres
porque hay una clara situación de privilegio de los unos sobre las otras en
aspectos centrales de nuestra fe cristiana.
En segundo lugar, desatascar (por
decirlo bastamente) los caminos de “iniciarnos” a la pertenencia a la Iglesia,
porque cincuenta años después del concilio seguimos siendo una
iglesia de personas sacramentalmente institucionalizados pero vitalmente
alejados.
En tercer lugar, apostar por un “ajuste existencial” con los tiempos
que corren porque hay diversidad de maneras de amarse, diversidad de maneras de
entender la familia, la paternidad y la maternidad….parafraseando a San pablo….
hay diversidad de maneras pero un solo espíritu: el del Amor. Y la iglesia
“pertrechada de rígidas armaduras espartanas” no acierta a situarse en este
contexto.
Sería triste que este año de “jornada de
puertas abiertas”, cayéramos en el mismo error de siempre: decir a la gente qué
tienen que hacer ellos y no preguntarnos por aquello en lo que hemos
de cambiar nosotros.
A mi corto entender, esta va a ser la
clave del éxito de Jubileo de la Misericordia. Y quizás, lo que haga posible
diferenciar las “puertas santas” de las “puertas mágicas", permitiéndonos
discernir la distancia que hay entre una Iglesia Jubilar y una iglesia
jubilada.
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