En el año quince del reinado del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y Herodes virrey de Galilea, y su hermano Felipe virrey de Iturea y Traconítide, y Lisanio virrey de Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, vino la Palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto.
Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del Profeta Isaías:
«Una voz grita en el desierto:
preparad el camino del Señor, allanad sus senderos;
elévense los valles, desciendan los montes y colinas;
que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale.
Y todos verán la salvación de Dios.»
Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del Profeta Isaías:
«Una voz grita en el desierto:
preparad el camino del Señor, allanad sus senderos;
elévense los valles, desciendan los montes y colinas;
que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale.
Y todos verán la salvación de Dios.»
Lucas 3, 1-6
COMENTARIO
Quizás resulte extraño el comentario que
voy a hacer hoy. Más concretamente, quizás resulte extraño que
sea yo quien lo haga. Quienes me conocen saben que mi relación con el “tiempo” es conflictiva, o dicho más sencillamente: “siempre llego tarde”. …. Y digo que resulta extraño que escriba lo que a continuación digo porque creo que el evangelio de hoy es un alegato a favor de la “puntualidad”. Ahora me estoy dando cuenta de la importancia que tiene el “llegar a tiempo”, e incluso , el llegar “antes de tiempo”. Incluso me atrevo a a decir que hay algo así como una “teología de la puntualidad” que me parece imprescindible para poder vivir, con acierto, la fe.
sea yo quien lo haga. Quienes me conocen saben que mi relación con el “tiempo” es conflictiva, o dicho más sencillamente: “siempre llego tarde”. …. Y digo que resulta extraño que escriba lo que a continuación digo porque creo que el evangelio de hoy es un alegato a favor de la “puntualidad”. Ahora me estoy dando cuenta de la importancia que tiene el “llegar a tiempo”, e incluso , el llegar “antes de tiempo”. Incluso me atrevo a a decir que hay algo así como una “teología de la puntualidad” que me parece imprescindible para poder vivir, con acierto, la fe.
Cuando los arrepentimientos no valen
porque lo realizado en el pasado ya es irrecuperable, y cuando los “deseos”
casi nos obligan a convertirnos en creadores de lo que aún no existe… digo… cuando esto pasa –y pasa todo los días-…sólo nos queda la cita cotidiana con la
vida cada día; “preparar” esa cita es un acontecimiento que no nos podemos
perder.
“Llegar tarde a la cita de la vida” cada
día es propio de personas que han renunciado a vivir lo que la vida les ofrece
en ese instante y en ese lugar. Ahora entiendo por qué hay que llegar “antes de
tiempo”, precisamente para “preparar la cita” y no perderte nada de ella. Por
esto mismo es triste ver cómo a veces nos convertimos en personas que vamos
“detrás de los acontecimientos”; generalmente, la queja y el permanente enfado
con la vida supone una gran rémora que nos lastra y nos cansa.
Un buen propósito para este tiempo de Adviento recién empezado,
llegar “antes de tiempo” para preparar el momento de la “cita”, es decir, para
sacarle el jugo a la vida. “Elévense los valles, desciendan los montes
y colinas; que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale”; efectivamente, a todo esto hay que dedicarle tiempo.
No podemos consentir que la cita con la vida cada día ensanche las diferencias
entre los deprimidos y los depredadores (“elévense los valles, desciendan los
montes”).
“Y todos verán la salvación de Dios”, es decir, que
la salvación no viene, ni vendrá, está ya allí, pero algunos llegamos tarde y
no la vemos. La “vida” es la salvación. “Vivir” es salvarse; pero hay que
“preparar” cada día la vida, para ver la salvación. Hay que estar “preparados”
para vivir; hay que conocer “las hechuras” de la vida para “reconocerla”. Ya
está ahí, se trata de verlo cada día, llegando “a tiempo” cada día; y si es posible
“antes de tiempo”, para “prepararla”.
Juan el Bautista “llegó a tiempo”, supo descubrir
la “vida” que no tardaría en discurrir a orillas del Jordán. Bajó de las
montañas y de su vida de aislamiento a “preparar” el encuentro. Acertó a ver en
el “tiempo”, un “Tiempo de Dios”. Eso sólo puede hacerse con una mezcla de
audacia, decisión e incomodidad. Por eso Juan tenía prisa, y su palabra se convirtió
en cauce para la Palabra.
Por eso, hoy nos toca preguntarnos a todos para qué y de qué son cauces nuestras palabras, qué acontecimientos preparan o qué salvaciones
retardan. La salvación no viene de Dios, quiero decir, “no viene” porque "ya
esta aquí", nos toca a todos “hacerla ver”: ¿qué hago yo para llevar a cabo esa
tarea?.
Y acabo el comentario de hoy con un sentimiento
agridulce; por una parte “agrio”, porque mi impuntualidad me da la sensación de
que me está haciendo perderme “mucha vida”; por otra parte dulce, porque al
menos los que me esperan lo hacen con la dicha de estar en mejor disposición
para ver la “salvación de Dios”… eso sí, si se dedican a “prepararla” mientras
que yo llego.
Os sugiero también hoy un comentario más técnico sobre la figura de Juan el Bautista, en relación con las expectativas judías. Podéis leerlo aquí.Y también pulsando en este punto rojo de más abajo.
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