Érase una vez un sacerdote tan santo que
jamás pensaba mal de nadie.
Un día, estaba sentado en un restaurante
tomando una taza de café – que era todo lo que podía tomar, por ser día ayuno y
abstinencia- cuando, para su sorpresa, vio a un joven miembro de su
congregación devorando un enorme filete en la mesa de al lado.
“Espero no haberle escandalizado, padre”,
dijo el joven con una sonrisa.
“De ningún modo. Supongo que has olvidado que
hoy es día de ayuno y abstinencia”, replicó el sacerdote.
“No, padre. Lo he recordado perfectamente…”
“Entonces, seguramente estás enfermo y el
médico te ha prohibido ayunar…”
“En absoluto. No puedo estar más sano.”
Entonces, el sacerdote alzó sus ojos al
cielo y dijo:
¡”Qué extraordinario ejemplo nos da esta
joven generación, Señor! ¿Has visto cómo este joven prefiere reconocer sus
pecados antes que decir una mentira?”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por tu opinión.