Hace mucho tiempo, había un rey en la India
que tenía un elefante que se volvió loco. El animal iba de aldea en aldea
destruyendo cuanto encontraba a su paso, y nadie se atrevía a hacerle frente,
porque pertenecía al rey.
Sucedió un día que un supuesto asceta se
disponía a abandonar una aldea, a pesar de que todos sus habitantes le
suplicaban que no lo hiciera, porque el elefante había sido visto en el camino
y atacaba a todos los que pasaban por él.
El hombre se alegró de la ocasión que se le
ofrecía para demostrar su superior sabiduría, porque su maestro espiritual
acababa de enseñarle a ver a Dios en todas las cosas.
¡Oh, pobres e ignorantes locos!”, les dijo.
“¡No tenéis ni idea de las cosas espirituales! ¿Nunca os han dicho que debemos
ver a Dios en todas las personas y en todas las cosas, y que todos los que lo
hacen gozarán de la protección de Dios? ¡Dejadme ir! ¡Yo no tengo miedo al
elefante!”.
La gente pensó que aquel hombre no tenía
mucha más idea de lo espiritual que el elefante loco. Pero, como sabían que era
inútil discutir con un santón, le dejaron ir. Y apenas había recorrido unos
metros del camino, cuando se presentó el elefante y arremetió contra él, lo
alzó del suelo por medio de su trompa y lo lanzó contra un árbol. El hombre se
puso a dar alaridos de dolor. Afortunadamente para él, aparecieron en aquel
crítico momento los soldados del rey, que capturaron al elefante antes de que
pudiera acabar con el iluso asceta.
Pasaron unos cuantos meses hasta que el
hombre se encontró en condiciones de reanudar sus andanzas. Entonces se fue
directamente a ver a su maestro y le dijo:
“Lo que me enseñaste es falso. Me dijiste
que viera en todas las cosas la presencia de Dios. Pues bien, eso fue
exactamente lo que hice… ¡y mira lo que me ocurrió!”.
Y le dijo su maestro:
“¡Qué estúpido eres! ¿Por qué no viste a
Dios en los habitantes de la aldea que te previnieron contra el elefante?”.
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