El Señor leyó su corazón y le dijo:
“Narada, ve a la ciudad que hay a las orillas del río Ganges y busca a un
devoto mío que vive allí. Te vendrá bien vivir en su compañía.”
Así lo hizo Narada, y se encontró con un
labrador que todos los días se levantaba muy temprano, pronunciaba el nombre de
Dios una sola vez, tomaba su arado y se iba al campo, donde trabajaba durante
toda la jornada. Por la noche, justo antes de dormirse, pronunciaba otra vez el
nombre de Dios. Y Narada pensó: “¿Cómo puede ser un devoto de Dios este patán,
que se pasa el día enfrascado en sus ocupaciones terrenales?”
Entonces el Señor le dijo a Narada: “Toma
un cuenco, llénalo de leche hasta el borde y paséate con él por la ciudad.
Luego vuelve aquí sin haber derramado una sola gota”.
Narada hizo lo que se le había ordenado.
“¿Cuántas veces te has acordado de mí
mientras paseabas por la ciudad? – le preguntó el Señor.
“Ni una sola vez, Señor”, respondió Narada.
“¿Cómo podía hacerlo si tenía que estar pendiente del cuenco de leche?
Y el Señor le dijo: “Ese cuenco ha
absorbido tu atención de tal manera que me has olvidado por completo. Pero
fíjate en ese campesino, que a pesar de tener que trabajar y cuidar de toda una
familia, se acuerda de mí dos veces al día…
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por tu opinión.