PRIMERA LECTURA
En aquellos días, los israelitas dijeron: «¡Quién pudiera comer carne! Cómo nos acordamos del pescado que comíamos gratis en Egipto, y de los pepinos y melones y puerros y cebollas y ajos. Pero ahora se nos quita el apetito de no ver más que maná.»
El maná se parecía a semilla de coriandro con color de bedelio; el pueblo se dispersaba a recogerlo, lo molían en el molino o lo machacaban en el almirez, lo cocían en la olla y hacían con ello hogazas que sabían a pan de aceite. Por la noche caía el rocio en el campamento y, encima de él, el maná.
Moisés oyó cómo el pueblo, familia por familia, lloraba, cada uno a la entrada de su tienda, provocando la ira del Señor; y disgustado, dijo al Señor: «¿Por qué tratas mal a tu siervo y no le concedes tu favor, sino que le haces cargar con todo este pueblo? ¿He concebido yo a todo este pueblo o lo he dado a luz, para que me digas: "Coge en brazos a este pueblo, como una nodriza a la criatura, y llévalo a la tierra que prometí a sus padres"? ¿De dónde sacaré pan para repartirla a todo el pueblo? Vienen a mi llorando: "Danos de comer carne." Yo solo no puedo cargar con todo este pueblo, pues supera mis fuerzas. Si me vas a tratar así, más vale que me hagas morir; concédeme este favor, y no tendré que pasar tales penas.»
El maná se parecía a semilla de coriandro con color de bedelio; el pueblo se dispersaba a recogerlo, lo molían en el molino o lo machacaban en el almirez, lo cocían en la olla y hacían con ello hogazas que sabían a pan de aceite. Por la noche caía el rocio en el campamento y, encima de él, el maná.
Moisés oyó cómo el pueblo, familia por familia, lloraba, cada uno a la entrada de su tienda, provocando la ira del Señor; y disgustado, dijo al Señor: «¿Por qué tratas mal a tu siervo y no le concedes tu favor, sino que le haces cargar con todo este pueblo? ¿He concebido yo a todo este pueblo o lo he dado a luz, para que me digas: "Coge en brazos a este pueblo, como una nodriza a la criatura, y llévalo a la tierra que prometí a sus padres"? ¿De dónde sacaré pan para repartirla a todo el pueblo? Vienen a mi llorando: "Danos de comer carne." Yo solo no puedo cargar con todo este pueblo, pues supera mis fuerzas. Si me vas a tratar así, más vale que me hagas morir; concédeme este favor, y no tendré que pasar tales penas.»
Números 11, 4-15
Yo creo que no puede
entenderse y sentirse el Evangelio si no se encuadra convenientemente en la
gran tradición que supone el Antiguo Testamento. El libro de los Números
(cuarto de las biblias judeo-cristianas) es un libro que contiene algunas joyas
“reveladoras” no sólo del pensamiento bíblico sino de ciertas constantes de la
condición humana.
El texto de hoy nos presenta
dos tipos de “cansancio” que sufrió el pueblo judío en su “proceso de
liberación”. El primer cansancio, que afecta a todo el pueblo, y que consiste
en “cansarse de luchar”, de caminar hacia adelante con el consecuente deseo de
“volver hacia atrás”, porque “antes se vivía mejor”. El segundo cansancio, sólo
de Moisés, agobiado por la presión de “llevar todo el peso” e incapaz de
sentir, incluso, la compañía del “liberador por excelencia”: Dios.
Lo que cuenta la Biblia, en
el fondo, es una “constante” en muchas religiones. Técnicamente podemos
llamarlo el mito de la “salvación ya realizada” y que popularmente lo
expresamos con el dicho de que “cualquier tiempo pasado fue mejor”. La
experiencia del “mirar hacia atrás” nos convierte no pocas veces en personas
tan “retorcidas” como “doloridas” por no atrevernos a “mirar hacia adelante”.
En la mitología griega está bellamente
expresado en el mito de Eurídice. En el se nos cuenta que Orfeo bajó al inframundo en busca de su amada Eurídice, la cual había
muerto por la mordedura de una serpiente. Hades y Perséfone, soberanos del
inframundo, permitieron que Eurídice regresara con Orfeo al mundo, con la condición
de que él no mirara atrás hasta haber salido completamente de ahí. Volvía Orfeo
satisfecho de haber salvado a su amada y pensando que ya estaba todo el
esfuerzo realizado, cuando llegó a la
superficie, Orfeo se dio la vuelta para ver a Eurídice, pero ella no había
salido completamente; y Eurídice desapareció para siempre.
Yo creo que nuestra fe se “deforma”
(se retuerce) y se “entristece” (se “duele”) cuando nos instalamos en
tradiciones caducadas y en manifestaciones religioso-culturales de las que sólo
queda continente sin contenido, forma sin fondo. Lo triste es que en la
Iglesia, en ocasiones, somos “expertos en la instalación” e incluso nos están
buenos los “puerros, ajos y cebollas” comidos a “pelo”.
Menos mal que el bueno de Jesús no
sólo nos “abrió otro apetito” sino que nos dio “abundantemente de comer”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por tu opinión.