Las lluvias
monzónicas habían llegado a la India. Era un día oscuro y llovía
torrencialmente. Un discípulo corría para protegerse de la lluvia cuando lo vio
su maestro y le increpó:
-Pero, ¿cómo te
atreves a huir de la generosidad del Divino?, ¿por qué osas refugiarte del
líquido celestial? Eres un aspirante espiritual y como tal deberías tener muy
en cuenta que la lluvia es un precioso obsequio para toda la humanidad.
El discípulo no
pudo por menos que sentirse profundamente avergonzado.
Comenzó a
caminar muy lentamente, calándose hasta los huesos, hasta que al final llegó a
su casa. Por culpa de la lluvia cogió un persistente resfriado.
Transcurrieron
los días. Una mañana estaba el discípulo sentado en el balcón de su casa
leyendo las escrituras. Levantó un momento los ojos y vio a su gurú corriendo
tanto como sus piernas se lo permitían, a fin de llegar a algún lugar que lo
protegiera de la lluvia.
-Maestro -le
dijo-, ¿por qué huyes de las bendiciones divinas? ¿No eres tú ahora el que
desprecias el obsequio divino? ¿Acaso no estás huyendo del agua celestial?
Y el gurú
repuso:
-¡Oh, ignorante
e insensato! ¿No tienes ojos para ver que lo que no quiero es profanarla con
los pies?
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