Desde que salió del colegio en su juventud,
una mujer tenía la costumbre de llevar un diario en el que anotaba las pequeñas
cosas de cada día que le daban felicidad, por insignificantes que fueran,
porque pensaba que no había día tan triste y sombrío que no le aportaran por lo
menos un rayito de luz…
A este diario le llamó El libro del placer,
y cuando le asaltaba la turbación le bastaba leer unas cuantas páginas para
verse feliz de nuevo.
Una anotación de este diario decía: “Recibí
una afectuosa carta de mamá. Vi un hermoso lirio en una ventana. Encontré el
alfiler que había perdido. Mi marido me trajo un ramo de flores”
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