martes, 2 de junio de 2015

EL EVANGELIO DEL 2 DE JUNIO


EVANGELIO
En aquel tiempo, enviaron a Jesús unos fariseos y partidarios de Herodes, para cazarlo con una pregunta.
Se acercaron y le dijeron: «Maestro, sabemos que eres sincero y que no te importa de nadie; porque no te fijas en lo que la gente sea, sino que enseñas el camino de Dios sinceramente. ¿Es lícito pagar impuesto al César o no? ¿Pagamos o no pagamos?»
Jesús, viendo su hipocresía, les replicó: «¿Por qué intentáis cogerme? Traedme un denario, que lo vea.»
Se lo trajeron.
Y él les preguntó: «¿De quién es esta cara y esta inscripción?»
Le contestaron: «Del César.»
Les replicó: «Lo que es del César pagádselo al César, y lo que es de Dios a Dios.»
Se quedaron admirados.

Marcos 12, 13-17
COMENTARIO


El texto que nos ocupa hoy daría para dialogar mucho tiempo y de varias cosas. La pregunta, realizada con irónica e ingenua ternura por quienes no le pasan ni una a Jesús, tiene un tufillo de “sabiondo” que la envenena.

En una sociedad (la romana) en la que el mismo emperador es considerado un dios, cualquier respuesta resulta peligrosa. Y ante una religión (la judía), que sólo admite un solo Dios, cualquier mínima  reverencia, aunque fuera a un dios menor, sería tildada de blasfema. Y como siempre Jesús, entre medias de los discursos inútiles y de los corazones contrariados. Muchos han visto en este texto los principios bíblicos de una autentica separación entre Iglesia y Estado; separación que llevaría a los Estados a tener un protagonismo exclusivo sobre el ordenamiento ciudadano de la sociedad. La religión, quedaría para la vida privada, allí donde a nadie entorpece, ni en nada molesta.

La separación Iglesia y Estado es de sentido común. A ver cuando se hace efectiva de verdad. Por eso yo veo muy justo que si mañana en cualquiera de nuestras parroquias sacamos un santo o una santa a la calle, tengamos que pedir el pertinente permiso a la autoridad que regula el orden público, entre otras cosas porque se trata de una manifestación –religiosa- pero manifestación, y la calle es de todos. Por la misma razón, en una sensata separación Iglesia y Estado, resulta ridículo que los poderes públicos presidan las procesiones o estén en lugares distintivos en determinados actos religiosos.

En las primeras páginas escritas del Nuevo Testamento, los primeros cristianos abolieron cualquier “protocolo” que supusiera ser “alumno aventajado” ante Dios: “No hay ni Judíos ni Griegos; no hay ni esclavo ni libre; no hay ni hombre ni mujer. Porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Carta a los Gálatas). De tener algún privilegio, sólo lo tendrían los pobres: “cuando des un banquete, invita a los pobres, a los inválidos, a los cojos y a los ciegos. Entonces serás dichoso, porque ellos no tienen con qué recompensarte” (Evangelio de Lucas).

Estando así las cosas, ¿debe el estado callar cuando las iglesias pretendan “imponer” su manera de ver la vida a toda la sociedad? No, entre otras cosas porque ya lo dijo el Concilio Vaticano II: la sociedad, y en nombre de ella el estado, “tiene derecho a protegerse contra los abusos que puedan darse so pretexto de libertad religiosa”.

Por la misma razón, ¿significa que la Iglesia tiene que callar y decir “sí papa” cuando habla el estado? Pues, evidentemente no; cuando el “César” manda cosas que entran en colisión con “Dios”, ¡qué menos que mostrar el desacuerdo!. Mostrar el desacuerdo, disentir, no significa “imponer”; en cualquier caso, no deja de ser más que una manera de “dar otro sentido a la realidad” desde motivaciones religiosas.

Pero la ley no pueden hacerlas las iglesias; las leyes las hacen los estados. Siempre queda desobedecerlas, ateniéndose a la consecuencias…pero esto ya es otro tema.

Por aquello de “no tener mucho tiempo” he intentado “reciclar” el texto paralelo a éste de San Lucas que leímos por el mes de octubre. Lo he re-leído y no me atrevo a aconsejaros su re-lectura. ¡Qué estaría pasando por mi cabeza cuando lo escribí!




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