FIESTA DE JESUCRISTO,
SUMO Y ETERNO SACERDOTE
EVANGELIO
Llegada la hora, se sentó Jesús con sus discípulos y les dijo: «He deseado enormemente comer esta comida pascual con vosotros, antes de padecer, porque os digo que ya no la volveré a comer, hasta que se cumpla en el reino de Dios.»
Y, tomando una copa, pronunció la acción de gracias y dijo: «Tomad esto, repartidlo entre vosotros; porque os digo que no beberé desde ahora del fruto de la vid hasta que venga el reino de Dios.»
Y, tomando pan, pronunció la acción de gracias, lo partió y se lo dio, diciendo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía.»
Después de cenar, hizo lo mismo con la copa, diciendo: «Esta copa es la nueva alianza, sellada con mi sangre, que se derrama por vosotros.»
Y, tomando una copa, pronunció la acción de gracias y dijo: «Tomad esto, repartidlo entre vosotros; porque os digo que no beberé desde ahora del fruto de la vid hasta que venga el reino de Dios.»
Y, tomando pan, pronunció la acción de gracias, lo partió y se lo dio, diciendo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía.»
Después de cenar, hizo lo mismo con la copa, diciendo: «Esta copa es la nueva alianza, sellada con mi sangre, que se derrama por vosotros.»
Lucas 22, 14-20
COMENTARIO
El jueves después de Pentecostés, es decir hoy, celebramos
una Fiesta “rara” en la Iglesia. Por eso la lectura que leemos en la misa no es
la que nos tocaría de Marcos, sino una entr(o)-metida de Lucas. La fiesta que
celebramos hoy se llama así: Jesucristo, sumo y eterno sacerdote.
Iba a “pasar” de largo ante ella, pero como me consta que
muchos leéis varios comentarios me “daba miedo”, porque alguien habría con sana
disposición a la corrección. Y con ocasión del que el rio Mundo pasa por
Hellín, más o menos, os sugiero una reflexión sobre esta fiesta y lo que
significa.
Se introdujo “hace cuatro días” en España, en el año 1973, y
prácticamente pasa desapercibida en el calendario normal de los cristianos
normales. A no ser que uno se “deje caer” por una misa hoy y el cura de turno
esté avispado, ni te enteras del “evento”. Yo confieso que, por negligencia
mía, alguna que otra vez me ha pasado desapercibida.
Pero es curioso cómo la historia puede “dar la vuelta” a la
realidad. En el Nuevo Testamento la palabra “sacerdote” sólo se emplea para
referirse a Cristo (en la Carta a los hebreos –Hb 6-10-) y a “toda” la
comunidad creyente (en la Primera Carta de Pedro -1Pe 2,9-).
De ahí el texto que leemos de Lucas y que corresponde a la
versión de San Lucas de la Última Cena, donde especialmente aparece Jesús
“ejerciendo” de sacerdote, es decir “ofreciendo(se)” al propio Dios. Recordad
que hace unos días decíamos en otro comentario que en
el fondo “todos somos sacerdotes” , en la medida en que “todos” tenemos la
posibilidad de hacer de “toda” la vida una autentica ofrenda.
En este sentido, la Primera Carta de Pedro es muy bonita; en
ella aparece San Pedro diciendo que “toda la comunidad creyente” es un “linaje
escogido y un sacerdocio real”. Hay una oración preciosa que pronunciaron sobre
nosotros el día que nos bautizaron y nos ungieron con crisma que así lo indica:
“todos somos sacerdotes a imagen de Cristo Sacerdote”.
Es lógico que no nos acordemos de esa oración –¡éramos tan
pequeños!- pero es un “atentado” a la fe que la “figura” del sacerdocio haya
quedado relegada a una persona, varón para más señas, que se dedica a “oficiar”
cosas sagradas y a “mandar” (en ocasiones con perfil cuasi-democrático) en la
comunidad.
Pues no…una fe adulta y unos cristianos maduros tendríamos
que “reivindicar” nuestro “común sacerdocio”, y creérnoslo un poco más y, en ocasiones,
actuar más decididamente dentro de la comunidad creyente.
El sacerdote de “oficio” (mejor dicho, de “ministerio”) no
es más que un “siervo”, al estilo del “esclavo” del evangelio de ayer, cuya
mejor misión es “colocarse” en el último lugar como el que sirve.
Toda la comunidad es “sacerdotal”, esto es lo maravilloso, y
además sin necesidad de “distinguirse” de los demás con vestimentas de color
triste (el negro) o con actitudes de mando trasnochadas (un cierto despotismo
sagrado: “todo para el creyente pero sin el creyente”).
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