Una vez una serpiente empezó a
perseguir furiosa a una luciérnaga para devorarla, entre la espesura de la
selva.
La luciérnaga llena de pánico,
huía buscando ponerse a salvo de tan sanguinaria depredadora; pero la serpiente
no desistía de su propósito, pues se había fijado como objetivo devorar a la
luciérnaga.
La pobre luciérnaga huyo un día y
la serpiente iba detrás suyo incansablemente; huyo dos días y la serpiente le
pisaba los talones, huyo el tercer día y la serpiente seguía inclaudicable en
su objetivo de devorarla; huyo el cuarto día y la serpiente no daba muestras de
desistir; hasta que el quinto día, la luciérnaga agotada y ya sin fuerzas se
detuvo y le preguntó a la serpiente:
- Oye está bien me has vencido,
ya no puedo más, pero ¿puedo hacerte una pregunta?
La serpiente sabiéndose vencedora
dijo toda arrogante:
-Generalmente no doy tiempo a mis
victimas para que me hagan preguntas, por eso no acostumbro responder; pero
como has sido un contrincante difícil de atrapar, pero al fin te voy a devorar,
voy a hacer una excepción, que es lo que me quieres preguntar.
- Dime una cosa, ¿crees que
pertenezco a tu cadena alimentaria? –Preguntó llena de miedo la luciérnaga.
- No, de ninguna manera. - Es que acaso ¿te he hecho algún daño alguna vez?
- No, nunca.
- Entonces no comprendo ¿cuál es la razón por la que quieres acabar
conmigo?. A lo que la serpiente respondió llena de una profunda rabia: - Porque
no soporto verte brillar, porque odio la luz que emana de tu interior.
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