miércoles, 22 de abril de 2015

EL EVANGELIO DE HOY, MIÉRCOLES 22 DE ABRIL


EVANGELIO
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: - «Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed; pero, como os he dicho, me habéis visto y no creéis. Todo lo que me da el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré afuera, porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. Ésta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que me dio, sino que lo resucite en el último día. Esta es la voluntad de mi Padre:'que todo el que ve al Hijo y cree en él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.»

Juan   6, 35-40

COMENTARIO

El evangelio de hoy, dentro del discurso del Pan del Vida (al final me está gustando y todo), probablemente sea uno de los textos más controvertidos de la propuesta cristiana. Digo controvertido porque históricamente, desde el punto de vista institucional,  hemos dado buenas muestras de que se nos ha indigestado; y digo también controvertido porque nuestro “ajustado” concepto de justicia” y nuestro “bienintencionado” argumento de “daños colaterales” no tienen más remedio que polemizar con la enseñanza del evangelio de hoy.


“Todo lo que me da el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré afuera”. Si todo viene “de Dios”, todo vuelve “a Dios”. Es la gran teoría de la “inclusión” cristiana. Esto nos complica mucho… bueno a mí me lo parece.

Buena parte de nuestra tradición cristiana ha venido practicando, en el mejor de los casos, una cierta “teología de la amenaza”: “si no haces esto… te verás excluido”. ¿Y quién ha dicho que esto tiene que ser así?. “Todo vendrá a mi… y a nadie echaré afuera” -dice más bien Jesús. 

Sin embargo, desde el evangelio de hoy, da la sensación que la misión de todas las iglesias consiste en “componernoslas de tal modo en nuestra vida y nuestras propuestas” que nuestro único interés sea "incluir". En el nombre de Dios, “no podemos echar a nadie fuera”, “no podemos ex-comulgar”. 

La tarea que nos da el Padre consiste en hacer todo lo que podamos por “incluir”, evitando cualquier asomo de exclusión, de “excomunión”, porque para el Padre -diría Jesús- no existe esa posibilidad.

Y así nos pasa, que cuando sentimos la tentación (el poder) de excomulgar a alguien nos ponemos muy estupendamente en el lugar de Dios, y entonces dios “come” a Dios, es decir, me convierto en un ídolo de esos de los que habla el salmo 135: “tienen ojos y no ven, oídos y no escuchan”; pero mandan –añado yo- como un tonto con un reglamento en la mano.

Por si hubiera duda añade San Juan: “Ésta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que me dio”. Incorregible este “Jesús” de San Juan… pero ¡qué bonito! ¡Que no pierda nada de lo que me dio!, es decir, prohibidos los daños colaterales, como diría el Papa Francisco, prohibido poner en practica la ideología del descarte.

Si algo ha de producir la fe en el ser humano que tiene la dicha de poder incluir tal sentimiento en su proyecto vital, es buscarle de tal modo “la vuelta a la vida”, que nos permita no permanecer por mucho tiempo en nuestras “negatividades”, y menos, instalarnos en ellas. Buscarle la “vuelta”  a la vida es integrar todo, incluso acoger con gozo eso de que “no hay mal que por bien no venga”, y dando por hecho que como para comer tortilla hay que romper huevos (-con permiso de Ferrand Adriá y sus de-construcciones gastronómicas-), intentar vivir el día a día, con lo que en ocasiones tiene de ruptura amarga, con la firme convicción, de que “nada se pierde”, todo “re-surge”.








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