Faltan pocos días
para la Pascua. Jesús se halla con sus discípulos en casa de los hermanos
Lázaro, Marta y María. María se acerca con un frasco de perfume de nardo y unge
los pies de Jesús. Judas protesta.
- Ungir a los rabinos
Que una mujer
ungiera a un maestro era una costumbre desconocida entre los judíos de Israel,
pero usual entre los judíos que estuvieron en el exilio de Babilonia. En este
texto el hecho de «ungir» es simbólico. No apunta tanto a los pies, sino a la
costumbre de ungir los cadáveres en su enterramiento. Anticipa lo que van a
hacer en breves fechas con Jesús.
- Una libra de perfume de nardo
Este perfume se
obtiene de las raíces y partes inferiores de una variedad del nardo que crece
en India, a una altura superior a los 3.500 metros. Era un perfume de
importación, y carísimo. Costaba 300 denarios. Es decir, los jornales de todo
un año de un obrero. Una libra de perfume equivalía a 275 gramos. Con estos
datos, el frasco debía medir 5x5x12 centímetros. Según el historiador Plinio el
Viejo, este per- fume era el más caro del mundo.
- Protesta de Judas Iscariote.
Sirve para resaltar
el lado negativo de Judas Iscariote, que va a ser necesario en breve. Y sirve
también para anticipar la obra de misericordia que las mujeres realizarán con Jesús:
Ungir su cadáver. El texto comienza a anticipar la tragedia que se va a vivir
próximamente.
Jesús siempre
asumió una actitud de respeto y reconocimiento hacia la mujer. Algunas formaban
parte del grupo de seguidores. Jesús se dirigía a ellas públicamente (actitud
muy mal vista por los judíos ortodoxos) y, como en el evangelio de hoy, le
complacía que ellas lo ungieran. Esta actitud rompía con los esquemas de una
cultura que marginaba a las mujeres.
Marta y María de
Betania, hermanas de Lázaro, y muchas otras mujeres, acogieron el mensaje de
Jesús. Otras marchaban junto con el grupo de los discípulos anunciando la buena
noticia del Reino de Dios. Las mujeres fueron las únicas fieles al pie de la
cruz. Y, tras la muerte de Jesús, fueron las primeras testigos de la
resurrección.
Han tenido que pasar siglos y siglos de historia
para que la mujer comience a ocupar un lugar de igualdad con el hombre. El
cristianismo histórico no ha sido un abanderado de la liberación de la mujer.
De la mano de Jesús podemos redescubrir hoy, con nuevos ojos y nueva
sensibilidad, esos rasgos «feministas» que aparecen en el texto que hemos leído.
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