martes, 6 de enero de 2015

REYES, MAGOS Y CAMINANTES



El evangelio de Mateo fue escrito para cristianos que habían sido judíos y estaban convencidos de que sus privilegios de «pueblo elegido» seguían vigentes. San Mateo les enseña que ya no es así, que la salvación de Dios está abierta a todos los que creen y confían en Jesús, sin importar raza, religión, etnia o cultura.

Para enseñar esta idea a las primeras comunidades cristianas, -ya extendidas por toda la cuenca del Mediterráneo-, Mateo presenta la figura de estos «magos» llegados de Oriente. Por la palabra griega que citan los códices más antiguos, se trataba de una secta de sacerdotes existente en el interior de Siria o en Babilonia. Esta secta se dedicaba a escrutar los astros para adivinar el futuro. Según las antiguas leyes de Israel, los astrólogos eran personas idólatras a las que se debía castigar con la lapidación (pena de muerte por el sistema de arrojar piedras). Sin embargo son personas de buena voluntad que buscan sinceramente a Jesús y le reconocen como Mesías.

El texto nos presenta el contraste entre los Magos venidos de lejos y las autoridades judías: Herodes el rey, los escribas y los sacerdotes, conocen y desentrañan el significado de las Escrituras, pero no van a Belén a adorar. Sólo esperan una oportunidad para matar al Mesías recién nacido.

Estos personajes misteriosos (los magos de Oriente) han entendido muy bien quién es Jesús, y lo expresan con tres regalos cargados de simbolismo: Al ofrecerle oro, le consideran como Rey-Mesías. Con el incienso están proclamando su divinidad. La mirra significa reconocer que Jesús es una persona mortal, pues con este producto se ungían los cadáveres. Están diciendo: Jesús de Nazareth es el Mesías, dios y hombre al mismo tiempo.

Cualquier pueblo, cualquier hombre o mujer de buena voluntad, que busque sinceramente el bien, la justicia y la paz, puede verse representado en esos magos de Oriente que la iconografía cristiana ha dibujado con trazos tan entrañables. Los Magos de Oriente no son solamente las simpáticas figuras del pesebre con sus camellos y dromedarios, con sus nombres exóticos, con el lujo oriental de sus vestiduras... Somos todos los que buscamos la verdad y el amor; los que guiados por el anhelo de un mundo mejor, encontramos a Jesús y le ofrecemos lo mejor de nosotros mismos.

Esto significa la Epifanía: la «manifestación» de Dios a todos los pueblos, a todos los seres humanos; no en el poder, sino en la debilidad de un niño humilde en brazos de su madre, protegidos ambos por un humilde carpintero. En una época de interculturalidad, como la que vivimos, el texto de la Epifanía es una invitación a abrir puertas y ventanas para hacer universal el mensaje de Jesús. Todas las perso- nas, sin importar raza y cultura, están llamadas a construir un mundo de vida y esperanza... una civilización de amor, que tanta falta hace a nuestro tiempo que ve crecer las tensiones entre los pueblos.

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