El evangelio de Mateo fue escrito para cristianos
que habían sido judíos y estaban convencidos de que sus privilegios de «pueblo
elegido» seguían vigentes. San Mateo les enseña que ya no es así, que la
salvación de Dios está abierta a todos los que creen y confían en Jesús, sin
importar raza, religión, etnia o cultura.
Para enseñar esta idea a las primeras comunidades
cristianas, -ya extendidas por toda la cuenca del Mediterráneo-, Mateo presenta
la figura de estos «magos» llegados de Oriente. Por la palabra griega que citan
los códices más antiguos, se trataba de una secta de sacerdotes existente en el
interior de Siria o en Babilonia. Esta secta se dedicaba a escrutar los astros
para adivinar el futuro. Según las antiguas leyes de Israel, los astrólogos
eran personas idólatras a las que se debía castigar con la lapidación (pena de
muerte por el sistema de arrojar piedras). Sin embargo son personas de buena
voluntad que buscan sinceramente a Jesús y le reconocen como Mesías.
El texto nos presenta el contraste entre los Magos
venidos de lejos y las autoridades judías: Herodes el rey, los escribas y los
sacerdotes, conocen y desentrañan el significado de las Escrituras, pero no van
a Belén a adorar. Sólo esperan una oportunidad para matar al Mesías recién
nacido.
Estos personajes misteriosos (los magos de Oriente)
han entendido muy bien quién es Jesús, y lo expresan con tres regalos cargados
de simbolismo: Al ofrecerle oro, le consideran como Rey-Mesías. Con el incienso
están proclamando su divinidad. La mirra significa reconocer que Jesús es una
persona mortal, pues con este producto se ungían los cadáveres. Están diciendo:
Jesús de Nazareth es el Mesías, dios y hombre al mismo tiempo.
Cualquier pueblo, cualquier hombre o mujer de buena
voluntad, que busque sinceramente el bien, la justicia y la paz, puede verse
representado en esos magos de Oriente que la iconografía cristiana ha dibujado
con trazos tan entrañables. Los Magos de Oriente no son solamente las
simpáticas figuras del pesebre con sus camellos y dromedarios, con sus nombres
exóticos, con el lujo oriental de sus vestiduras... Somos todos los que
buscamos la verdad y el amor; los que guiados por el anhelo de un mundo mejor,
encontramos a Jesús y le ofrecemos lo mejor de nosotros mismos.
Esto
significa la Epifanía: la «manifestación» de Dios a todos los pueblos, a todos
los seres humanos; no en el poder, sino en la debilidad de un niño humilde en
brazos de su madre, protegidos ambos por un humilde carpintero. En una época de
interculturalidad, como la que vivimos, el texto de la Epifanía es una
invitación a abrir puertas y ventanas para hacer universal el mensaje de Jesús.
Todas las perso- nas, sin importar raza y cultura, están llamadas a construir
un mundo de vida y esperanza... una civilización de amor, que tanta falta hace
a nuestro tiempo que ve crecer las tensiones entre los pueblos.
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