EVANGELIO
Después que se saciaron los cinco mil hombres, Jesús en seguida apremió a los discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran hacia la orilla de Betsaida, mientras él despedía a la gente. Y después de despedirse de ellos, se retiró al monte a orar. Llegada la noche, la barca estaba en mitad del lago, y Jesús, solo, en tierra. Viendo el trabajo con que remaban, porque tenían viento contrario, a eso de la madrugada, va hacia ellos andando sobre el lago, e hizo ademán de pasar de largo. Ellos, viéndolo andar sobre el lago, pensaron que era un fantasma y dieron un grito, porque al verlo se habían sobresaltado.
Pero él les dirige en seguida la palabra y les dice: «Ánimo, soy yo, no tengáis miedo.»
Entró en la barca con ellos, y amainó el viento. Ellos estaban en el colmo del estupor, pues no habían comprendido lo de los panes, porque eran torpes para entender.
Pero él les dirige en seguida la palabra y les dice: «Ánimo, soy yo, no tengáis miedo.»
Entró en la barca con ellos, y amainó el viento. Ellos estaban en el colmo del estupor, pues no habían comprendido lo de los panes, porque eran torpes para entender.
Marcos 6, 45-52
COMENTARIO
¿Qué cambió en aquel Jesús lleno de
ternura para que unos cuantos años más tarde diera miedo? El Jesús rodeado de
ángeles en el pesebre, des-armado de todo poder, años más tarde causaba estupor
y miedo, según cuenta el evangelio de hoy.
He de reconocer que cada vez me
impresiona más la “combinación” que hace la Iglesia, desde el punto de vista
litúrgico, para no llevarnos a engaño a la hora de presentarnos a la figura de
Jesús conforme el ritmo celebrativo diario. ¡Toda una posibilidad de leer la
Biblia con rigor!
A lo que íbamos, ¿por qué da miedo Jesús?
La respuesta es relativamente razonable: porque tiene algo que ofrecer.
Efectivamente, aquel niño desarmado, indefenso, aquel raquítico y ridículo
Mesías –permítaseme la expresión- de acuerdo a los cánones de la época, casi
casi de la noche a la mañana se nos presente revestido de una propuesta de vida
alternativa, revelándosenos como una persona transgresora (rompe los limites
del territorio judío –evangelio de antes de ayer-) y colocándose en el lugar nada
menos que de Yahvé, el innombrable, porque si éste dio maná en el desierto, aquél
ofreció pan y pescado, nada menos (evangelio de ayer) . ¿Quién es este hombre?,
ésta era la pregunta de muchos contemporáneos e Jesús.
Y la vida se encarga de recordárnoslo cada
día; las personas que tiene algo que ofrecer activan lo miedos en nuestro
interior. Ciertamente, el miedo no es un sentimiento externo a mi que alguien
introduzca en mi interior; el miedo es un sentimiento interior que yo me
provoco; en el fondo es un mecanismo de defensa porque me siento desarmado o perdido, debido a que algo o alguien me está desarmando y no se muy bien cómo actuar.
Hay personas neutras y previsibles que no
aportan casi nada a la vida. A lo sumo alguna gracieta ocasional o alguna que
otra palmadita en la espalda de buen rollito estéril, pero nada más. Ante esas
personas la sonrisa facilona y el colegueo
permanente es la constante en nuestra posible relación con ellas. Ni miedo ni
nada que se le parezca.
Pero luego hay personas “con perfil” que
marcan tendencia y no te dejan indiferente. “Dan miedo” porque te desinstalan,
te confunden y te hacen caer en la cuenta tanto de tus miserias como de tus
posibilidades. Generalmente eso, en la vida, da mucha pereza por aquello de los
“dulces encantos” de las esclavitudes personales. Pero al final es lo que te
hace crecer más allá de los aparentes “hundimientos momentáneos”, y de la
responsabilidad que supone “pensar por ti mismo” en vez de “dejarte pensar” por
otro.
Por eso, es una gracia encontrarte con
esas personas, a pesar de los miedos y a pesar de lo incómodo del encuentro.
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