EVANGELIO
En aquel tiempo, llegaron la madre y los hermanos de Jesús y desde fuera lo mandaron llamar. La gente que tenía sentada alrededor le dijo: «Mira, tu madre y tus hermanos están fuera y te buscan.»
Les contestó: «¿Quienes son mi madre y mis hermanos?»
Y, paseando la mirada por el corro, dijo: «Estos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre.»
Les contestó: «¿Quienes son mi madre y mis hermanos?»
Y, paseando la mirada por el corro, dijo: «Estos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre.»
Marcos 3, 31-35
COMENTARIO
Que el judaísmo en tiempo de Jesús tenía comportamientos
típicos de una secta nadie lo pone en duda. Considerarse “pueblo
elegido” a costa de otros lo expresa con rotunda claridad. Que la familia de
Jesús participaba de esta convicción cultural y religiosa es evidente. El
evangelio de hoy así lo revela; cuando se dan cuenta de que Jesús está
revolucionando el “ideario” religioso del momento van en su busca para
re-introducirlo en los límites y seguridades de “su familia”. El problema es
que Jesús les “hace frente”: “estos son mi madre y mis hermanos. El que
cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre”.
La Iglesia católica no es
una secta y no es este comentario diario el lugar para justificarlo. Ahora
bien, en la Iglesia católica hay, en ocasiones, comportamientos sectarios.
De nuestra capacidad para ser críticos con dichos comportamientos, a mi juicio,
depende nuestra salud personal y espiritual y la credibilidad de nuestra
experiencia de fe.
El “abc” de la sociología de la religión nos dice que una secta se
caracteriza por tres o cuatro cosas muy concretas: la autoridad y el
poder de un líder especialmente manipulador y con comportamiento de niñato
adolescente en el fondo; sus miembros se creen que sólo ellos van a
salvar al mundo; por tanto dividen el mundo en salvados y condenados,
listos y tontos, con razón o sin ella; sus miembros, generalmente padecen
déficits afectivos e intelectuales
considerables de modo que la inseguridad y la falta de criterio les
convierte en presa fácil.
En los grupos que pululan por nuestra Iglesia a
veces es fácil detectar estas características; en ocasiones nos
encontramos con grupos que si bien no están cerrados, sin embargo la
disidencia, la capacidad crítica y la heterodoxia de los mismos se penaliza con
la exclusión. Si el líder es “listo” la exclusión es muy “fina”, porque
no es expulsión física, es expulsión que caracteriza al disidente como alguien
que no sintoniza, como “verso suelto”, o como no partícipe de la “moda” de
turno (la del líder). Ahora bien, si el líder no es muy listo deja muchas huellas
y su sectarismo, al fin y al cabo no es más que la afirmación del culto a su
personalidad que, por naturaleza, es excluyente.
Con todo eso hay que
romper, porque hay “rupturas que crean fraternidad”. Jesús es
especialista en estas rupturas. Rompe con el imperialismo despótico de la
Ley judía; rompe con el sectarismo del Templo de Jerusalén, y rompe con la
dictadura y la tiranía de los afectos “familiares o de grupo” que tienen
generalmente una capacidad de manipulación tremenda.
Y Jesús, rompiendo, crea una fraternidad mas amplia,
más plena y más humana, en la que la libertad y la apertura resultan sanadoras
y saludables a pesar de las intemperies (algunas muy incómodas) que tiene que vivir
en su proyecto.
Hoy es un buen día para detectar
comportamientos sectarios en nuestros alrededores religiosos, familiares,
afectivos y poner nombre a las rupturas que hemos de realizar. Todo ello
por un fin bueno: cumplir la voluntad de Dios o lo que es lo mismo construir,
testimoniándolo personalmente, el proyecto del Evangelio.
PD: Una buena reflexión sobre comportamientos sectarios en nuestra Iglesia puedes encontrarla en el puntito de más abajo
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