El relato que nos
ocupa hoy se sitúa en una ciudad concreta: Jericó. Probablemente se trata de la
ciudad más antigua de la humanidad, fortificada ya en el año 8.000 a.C., según
restos arqueológicos. El nombre de Jericó significa «Ciudad de la Luna» porque estuvo
consagrada a un antiquísimo culto lunar. Situada en el desierto de Judá, a 27
kilómetros de Jerusalén, es un auténtico oasis: varios manantiales corren
abundantes a los pies de sus palmeras.
La ciudad que
conoció Jesús era una reconstrucción moderna realizada por Herodes el Grande a
unos dos kilómetros de las fortificaciones de la antigua ciudad de Jericó. Aquí
se alzaba el Palacio de invierno de Herodes. En este escenario Jesús va a dar
una nueva lección a sus discípulos más cercanos. Lo importante de este relato
no es el milagro (hecho maravilloso y sobrenatural), sino el profundo
simbolismo que encierra.
La «ceguera»,
primer elemento simbólico. La ceguera era utilizada, en los círculos religiosos
del tiempo de Jesús, no sólo para nombrar a esta minusvalía física, sino
también para expresar cerrazón ante la propuesta religiosa. La ceguera
simboliza que muchos cristianos no terminan de ver con claridad que Jesús es un
Mesías pobre y unido a los humildes. Necesitan la fe de este ciego para comprender
que en la sencillez de Jesús de Nazareth se ha hecho presente todo el amor de
Dios. Son ciegos quienes tan sólo aspiran a ver gestos poderosos.
Hay un segundo
elemento resumido en la frase que Jesús dice al ciego: «¿Qué quieres que haga
por ti?»... Esta frase, enmarcada en la narración, no llama la atención. Sin
embargo es la misma frase que Jesús acaba de decir a los apóstoles Santiago y
Juan cuando descubre sus ambiciones políticas de sentarse «a la derecha y a la
izquierda» en el Reino político que esperan.
Poniendo en
paralelo ambos textos, Jesús quiere indicar a sus apóstoles que deben ser como
el ciego. Moverse por la fe y no por la ambición de poder.
El ciego de Jericó
es símbolo del discípulo que ha comprendido que Jesús no va a ser un Mesías político,
sino un Mesías que ha venido a servir desde la sencillez y la humildad. Jesús
es un Mesías que se pone a la altura de los más pobres, compartiendo su misma
suerte. El ciego comienza llamando a Jesús ¡Hijo de David! (mesiás político) y
termina diciéndole «Señor».
Cuando «se le abren
los ojos al ciego», éste comienza a dar gloria a Dios. La fe debe llevar a los
cristianos a proclamar y anunciar la vida a la que Dios les llama.
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