Nos hallamos ante uno de los
textos de mayor carga ética de los que Jesús propuso a sus más directos
seguidores. La ética de Jesús se torna benevolente para con los pobres,
pecadores y marginados. Para ellos Jesús interpretará la Torá (La Ley judía) de
forma muy abierta.
Pero la ética que Jesús propone a
sus seguidores es muy exigente: les pide renunciar a un lugar estable y a
convertirse en itinerantes. Pide anteponer la nueva familia (comunidad
cristiana) a la familia natural. Sugiere pobreza y austeridad voluntaria...
Este tipo de ética, abierta para
pobres y pecadores y exigente para los discípulos, nace de la creencia
compartida por Jesús de que la historia está llegando a su final. Las
realidades actuales están llegando a su término y van a dar paso al tiempo
nuevo del Reino de Dios. No se trata de una forma de comportamiento diario,
sino de una situación excepcional ante la inminente llegada del Reino de Dios.
Analizamos algún detalle del
texto:
La expresión «quien no lleve su
cruz detrás de mí no puede ser discípulo mío» nos indica claramente que estamos
ante un texto elaborado tras la muerte de Jesús; un texto orientado a mostrar a
los primeros cristianos el camino de Jesús. Algunos comentaristas bíblicos
piensan que se trata de un trozo evangélico tardío, escrito para recordar lo
importante de la exigencia continua a algunos cristianos que habían olvidado la
frescura del mensaje de Jesús, y su fe ya no tenía la fuerza renovadora manifestada
en la vida de Jesús de Nazareth.
Jesús no está en contra de
valores fundamentales. Jesús valora la familia (ha vivido con María y José
durante años), la amistad (tiene amigos de todas clases), el matrimonio (quiere
que vuelva a ser como en el plan original de Dios). Pero él siempre va más
allá. No hay nada que le detenga.
Las expresiones usadas por Lucas
son más radicales que las de Mateo. Lucas usa el verbo «odiar». Esta expresión
oriental significa «poner algo en segundo lugar porque ha aparecido un valor
que es fundamental y primero» El discípulo debe sopesar los costes y riesgos de
un compromiso de esta envergadura. Ese es el sentido de las dos parábolas que
figuran al final: la de la torre y la de la batalla.
No es fácil comprender y aceptar
este mensaje en un tiempo como el nuestro. Con frecuencia nos sentimos urgidos
a vivir pobremente, pero sin que suponga renunciar a las comodidades que se han
convertido en hábitos de vida. Aspiramos a entregar nuestra vida a todos, pero
manteniendo algunos lazos afectivos que mitiguen nuestra necesidad de ser
queridos. El resultado de la actitud calculadora de «nadar y guardar la ropa»
suele ser la tristeza y la falta de felicidad.
La fe cristiana cobra su pleno sentido cuando se expresa en la oración y se
manifiesta en una conducta claramente orientada a trasformar la realidad. Una
fe sin obras, también hoy, es una fe muerta.
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