Estamos en el penúltimo día del año litúrgico. El
evangelio nos advierte de la proximidad del Reino de Dios. Para ello usa una
comparación tomada del mundo vegetal. El texto contiene la parábola de la
higuera. Jesús invita a fijarnos en la higuera. Cuando observamos que echa
brotes caemos en la cuenta de que la primavera está cerca. Si somos capaces de
observar esto, también podemos saber que cuando sucedan “estas cosas”: el reino
de Dios está ya cerca.
El hecho de que Jesús utilice la higuera para poner
esta comparación, no es accidental. La higuera poseía un simbolismo muy rico en
la cultura judía. Los frutos de la higuera constituían en la antigüedad un
alimento que duraba todo el verano. Por este motivo eran considerados como
símbolo de la fecundidad y de la vida. De las higueras fabricaban un nutritivo
pan de higo, amasando higos secos con harina. Este alimento, así preparado, se
conservaba más de un año. Los higos servían también para fabricar cataplasmas
curativas. En la aldea de Betfagué (que significa «casa de los higos») se
fabricaba un licor obtenido a partir de los frutos de las higueras.
Cuando el pueblo de Dios inicia la conquista de la
Tierra Prometida, se resalta el hecho de que en la nueva tierra abundan las
higueras. Los higos son frutos propios de la Tierra Prometida. El desierto es
definido como un «lugar donde no existen higueras».
Con el paso del tiempo la higuera se convirtió en
símbolo de paz y armonía. Sus amplias hojas ofrecen en verano una sombra
fresca. Bajo la higuera se reunía la familia y también los escribas para
enseñar la Palabra de Dios a sus discípulos.
Los profetas definían los tiempos negativos con
esta frase: «la higuera ya no echa yemas...»
Los medios de comunicación suelen subrayar
acontecimientos impactantes y sensacionalistas: estallidos de guerras, sucesos
desagradables, atentados terroristas, catástrofes naturales... violaciones de
derechos humanos... Sin embargo también existen multitud de gestos callados y
silenciosos que están haciendo crecer el reino de Dios entre nosotros. Millones
de personas buenas desarrollan en paz y armonía su jornadas. Millones de
personas voluntarias y solidarias extienden la cultura, la sanidad, el
desarrollo en los países en vías de desarrollo. Todas estas personas son como
la savia nueva que hace brotar una nueva primavera donde todos seremos capaces
de vivir como hermanos.
El cristiano debe ser maestro en el arte de «interpretar los signos de los
tiempos». Para ello enseña a los chicos y chicas a mirar en profundidad los
acontecimientos diarios. También critica los mecanismos utilizados por los
medios de comunicación para hacer sensacionalistas las noticias y aumentar el
nivel de la audiencia. Se muestra prudente y equilibrado en sus juicios:
nuestro mundo no es un jardín de rosas... pero también florece la esperanza a
cada paso.

No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por tu opinión.