EN COLABORACIÓN CON LA CADENA COPE
A pesar de estar ya casi en diciembre y en los atrios de la Navidad, no se si tenemos el cuerpo configurado para recibir buenas noticias; no se quien dice que el ser humano triunfa cuando se acomoda a las cosas, o lo que es lo mismo, la felicidad no es más que saber y poder encajar lo que cada día te ocurre.
Digo esto porque
me da la sensación de que, como no nos pongamos las pilas, dentro de poco la
especia humana hará una de sus más discutidas mutaciones. Tengo la sensación de
que día a día nos vamos incapacitando para entender la vida como buena novedad,
como buena noticia.
Por una parte,
nuestros políticos se empeñan en acunarnos por la noche o despertarnos cada
mañana con noticias apocalípticos de estas que, por cierto, se parecen mucho a
las lecturas evangélicas de estas dos últimas semanas.
Uno se acuesta con
la sensación de que el final llegará al día siguiente; pero no, siempre hay un poquito
más al día siguiente. Es un pesimismo permanentemente aplazado o
inteligentemente contado quizás, que nos presenta el horizonte vital como digno
de “no ser vivido”. Los jueces, cuál nuevos profetas planchan sus togas para
avisarnos de la importancia de una justicia que alguien impartirá. ¿Podrán
hacerlo ellos?, o ¿morirá en el intento?
Y de puertas
hacia dentro de nuestra Iglesia estarán conmigo que llevamos unas cuantas
semanas de sobresalto. Como dice la canción tarareada en los encuentros de la infancia
misionera: por el norte y por el sur por
el este y el oeste –añadimos ahora nosotros, que preocupantes noticias
nos llegan de eso que llamamos la gestión de los conflictos internos de la comunidad
creyente.
Bueno, pues con
todo este tiempo, este sábado y este domingo comenzamos el Adviento. Y lo
comenzaremos con el gesto de siempre: encendiendo una vela de cera. Por favor,
párrocos y grupos de liturgia, que sea una vela de cera, de las de la verdad.
Otros experimentos no resultan.
Yes que la esperanza
en tiempos de crisis, el adviento en la intemperie
de la vida no resiste las luces con las que a modo de fogonazos de flash, pretendemos
evangelizar. El flash de las cámaras de foto, deslumbran, confunden y ciegan;
desorientan y desesperan, aunque impresionan. No utilicemos flases para
nuestras velas de adviento.
No utilicemos
velas de esas que no se gastan ¿saben a lo que me refiero no? De esas que
siempre están limpias impolutas: De esas que se recargan tan asépticamente.
Cuando veo esas velas en nuestros altares me acuerdo de lo frigoríficos que no
hacen hielo (non frost), del café que no sube la tensión, o de los dulces que
no engordan. Un ejemplo más de lo light hecho también liturgia.
Por favor
utilicemos la cera de toda la vida, la que mancha y te mancha, la que lentamente
va cayendo cuando se derrite, la que se gasta hasta desaparecer. Porque no merece
la pena evangelizar con una esperanza que no se gasta, ante un niño acunado cuyo
llanto no te desespera, y bajo una cruz que no hiere también al que la
contempla.
Estoy preparado
ResponderEliminarAunque no sé a que me enfrento