En el Antiguo
Testamento, el ayuno era sinónimo de penitencia y humillación ante Dios; un
acto de renuncia y sufrimiento que tenía por objeto aplacar a un Dios airado
por los pecados.
El ayuno consistía
en no tomar alimentos y era manifestación de luto y de tristeza. Se omitía el
arreglo y el aseo personal para expresar exteriormente la aflicción. En determinadas
ocasiones vestían con toscas telas, evitando cualquier tipo de lujo y ostentación.
Quienes practicaban ayunos se abstenían de mantener relaciones sexuales.
Los fariseos
otorgaban mucha importancia al ayuno. La ley mandaba un ayuno al año, durante
el día de la Expiación, pero los fariseos ayunaban dos veces por semana, el
lunes y el jueves. Los esenios, una especie de monjes judíos del desierto,
extremaban sus ayunos, así como otros elementos de la antigua Ley religiosa de
Israel.
Los profetas,
siglos antes de que naciera Jesús ya habían señalado que el ayuno sólo tiene
sentido si es complemento de una vida en justicia y derecho. De nada sirven los
ayunos rituales si se olvida la atención a los más pobres (huérfanos y viudas)
y los compromisos con la justicia social. Para los profetas la buena relación
con Dios no sólo se obtiene practicando ayunos, sino manteniendo unas
relaciones sociales sus- tentadas en la solidaridad, el derecho y la justicia.
Ante los ataques
que hacen a Jesús y sus discípulos porque no se someten a las prácticas del
ayuno, Jesús responde con el anuncio del tiempo nuevo que él ha venido a
inaugurar: «¿Pueden los invitados a la boda ponerse tristes mientras el novio
está con ellos?». Esto significa lo siguiente: El reino de Dios era imaginado
por el pueblo de Israel como un banquete de bodas. Dios en persona iba a ser El
Esposo que renovaría el matrimonio (alianza) con el pueblo.
Mediante esta
expresión se está indicando que Jesús es el Mesías esperado, el Esposo que va a
hacer una nueva alianza con un «nuevo pueblo» de Dios. Para terminar con la
disputa sobre el ayuno, Jesús establece el contraste entre lo viejo y lo nuevo.
Las dos frases hechas que Jesús utiliza muestran la incompatibilidad entre las
instituciones del judaísmo y el naciente cristianismo. La novedad que aporta
Jesús no encaja con lo antiguo. Todo intento de hacerlo será inútil, igual que
es inútil remendar un vestido viejo con tela nueva, o llenar odres viejos con
vino nuevo.
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