“Lo que comprendí en Nazaret fue que en la oración, como en la vida, es mejor arriesgar, que es necesario arriesgar; que sin riesgo no hay posible oración ni vida que merezca ese nombre.
Dios siente debilidad por los temerarios: ante ellos se enternece, por así decir, y derrocha con ellos todos sus dones.
Cuánto más dispuesto esté el hombre a perder y cuanto más pierda de hecho -y esto segundo es tan importante como lo primero-, más será lo que gane”
P. D'Ors,
El olvido si, Valencia, 2007,
p.127