miércoles, 16 de julio de 2014

EL EVANGELIO DE HOY, 16 DE JULIO

MIÉRCOLES DE LA SEMANA XV
EVANGELIO
En aquel tiempo, exclamó Jesús: «Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.»
Mateo 11, 25-27
COMENTARIO

Muy recomendable es leer hoy la primera lectura del profeta Isaías. Podéis encontrarla aquí. Dicho en el lenguaje de la época en que vive y escribe Isaías, narra la expresión de un ser humano en el que Dios ha puesto su confianza (el rey de Asiria) pero que, cuando dicho ser humano se ha visto con poder, se ha re-vuelto contra Dios. Es la historia de siempre: el viejo mito de los salvadores de vía estrecha, de los mesías oportunistas. Al fin y al cabo la más clara expresión de una vida intransitiva, replegada sobre sí misma, sin proyecto; o como diría aquel, con forma pero sin fondo.

El Evangelio de hoy vuelve a colocarnos en la tesitura de posicionarnos: o con los sabios y entendidos o con los sencillos. Mal haríamos si actualizáramos este texto de hoy comparando a los sabios y entendidos con los que gastan su tiempo ilustrando su fe, y a los sencillos con los que viven instalados en la fe de la "primera comunión" (o su versión progre postmoderna de los predicadores de turno: not read and look at me - no leas, sólo escúchame).

Para el pensamiento bíblico la sencillez no es ausencia de contenidos, sino actitud ante la vida. Sencillez es no guardarte nada, vaciarte, darlo todo. Sencillo es Jesús, que habiéndolo recibido todo del Padre, no lo retiene, sino que lo da. Los entendidos de este mundo, para Jesús, son los que tienen la llave de la sabiduría sólo para ellos (not read and look at me). 

Creo que era Balmes quien decía que "los hombres grandes son sencillos, los mediocres pomposos", que la Virgen del Carmen nos libre de la tentación de ser encantadores de serpientes cuya mística dura lo que tarda la flauta en dejar de sonar.