EVANGELIO
En aquel tiempo, los judíos agarraron piedras para
apedrear a Jesús.
Él les replicó: «Os he hecho ver muchas obras buenas por
encargo de mi Padre: ¿por cuál de ellas me apedreáis?»
Los judíos le contestaron: «No te apedreamos por una obra
buena, sino por una blasfemia: porque tú, siendo un hombre, te haces Dios.»
Jesús les replicó: «¿No está escrito en vuestra ley:
"Yo os digo: Sois dioses"? Si la Escritura llama dioses a aquellos a
quienes vino la palabra de Dios (y no puede fallar la Escritura), a quien el
Padre consagró y envió al mundo, ¿decís vosotros que blasfema porque dice que
es hijo de Dios? Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis, pero si las
hago, aunque no me creáis a mí, creed a las obras, para que comprendáis y sepáis
que el Padre está en mí, y yo en el Padre.»
Intentaron de nuevo detenerlo, pero se les escabulló de
las manos. Se marchó de nuevo al otro lado del Jordán, al lugar donde antes había
bautizado Juan, y se quedó allí. Muchos acudieron a él y decían: «Juan no hizo
ningún signo; pero todo lo que Juan dijo de éste era verdad.»
Y muchos creyeron en él allí.
Juan 10, 31-42
COMENTARIO
Algunas
personas se preguntan si fueron los romanos los que mataron a Jesús o si fueron
los judíos, o si fue por común acuerdo. La respuesta más cierta es que a Jesús
lo mataron “personas de bien”, grupos que gozaban de la mejor reputación y
reconocimiento social. A Jesús no lo mataron unos delincuentes comunes para
robarle un dinero que no tenía. Lo mataron personas que tenían autoridad para declararlo
blasfemo y, por lo tanto, reo de muerte.
En
tiempos de Jesús era el Sumo Sacerdote quien dirigía Judea. El procurador o gobernador
romano residía en Cesarea Marítima. Allí tenía una guarnición de unos 2.000
soldados romanos. Algunos de ellos se desplazaban a Jerusalén tan sólo durante
la fiesta de Pascua para garantizar el orden. La rabia contra Jesús había
crecido hasta tal extremo, que los individuos influyentes consideraron que era
mejor que muriera una persona a que toda la nación pereciera. En otras
palabras, colocaron los intereses de la nación por encima del valor de la vida humana,
como lo habían hecho muchas veces con otros tantos inocentes.
En
este «viernes de dolores» conviene que volvamos a pensar que el cristianismo es
algo serio que compromete nuestra vida. La historia de Jesús sigue presente en
nuestros tiempos. En nuestra sociedad la Semana Santa puede convertirse en un
elemento festivo y turístico, aún sacando a la calle las imágenes de la pasión
de Cristo. Existen muchos grupos de creyentes que prefieren un cristianismo
light, ligero, suave, descafeinado, sin esos aspectos conflictivos que pone
ante nuestros ojos una lectura atenta del evangelio. Hay cantos religiosos,
celebraciones cristianas e imágenes de Jesús en las que aparece un Cristo totalmente
intimista, reducido a la esfera de la devoción privada, perfectamente
manipulable, como una idea difusa alejada de la realidad...
En
esta Semana Santa estamos a tiempo de recuperar a un Jesús que sufrió la
incomprensión por comprometerse en la defensa de la vida de los más débiles. Como
cristianos tenemos en esta Semana Santa la posibilidad de ofrecer muy diversas
imágenes de Jesús. De nosotros depende que esta imagen hunda sus raíces en la realidad
de nuestra historia o se pierda en un intimismo descafeinado.