jueves, 6 de marzo de 2014

EL EVANGELIO DE HOY


JUEVES, 6 DE MARZO
JUEVES DESPUÉS DE CENIZA



EVANGELIO
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «El Hijo del hombre debe sufrir mucho, y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar al tercer día». Decía a todos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, ése la salvará. Pues, ¿de qué le sirve al hombre haber ganado el mundo entero, si él mismo se pierde o se arruina?»
Lucas 9, 22-25 

COMENTARIO

La cruz ya significaba reconciliación y armonía desde tiempos anteriores a Jesús: Sus cuatro brazos son signo de reconciliación. En la cruz converge el oriente con el occidente (la vida con la muerte), lo de arriba con lo de abajo (el cielo con la tierra, lo divino con lo humano)... Cuando persas y romanos hicieron de la cruz un lugar de tortura y tormento, la simbología primitiva quedó entre paréntesis. La cruz pasó a convertirse en lugar de atroces sufrimientos.

A partir del cristianismo la cruz se convierte en símbolo del sufrimiento redentor y universal. Jesús entrega su vida en una cruz a las tres de la tarde; la misma hora en la que se ofrecía en el Templo de Jerusalén el sacrificio vespertino en remisión por los pecados del pueblo.

Para los primeros cristianos la Cruz del Maestro era símbolo de las pequeñas cruces que debían soportar los discípulos. Así como el Maestro ha reconciliado la humanidad con Dios mediante la Cruz, así debe hacer el discípulo para convertirse en lugar de armonía y paz. El discípulo debe clavar en la cruz sus defectos y egoísmos para que su vida personal y social sea un lugar de encuentro, tolerancia y solidaridad.

Leyendo el evangelio de hoy, parece como si Jesús conociera de antemano la forma y el modo en el que iba a morir.

¿Históricamente, Jesús predijo su muerte? Jesús veía claro que no podría evitar el sufrimiento. Él no lo buscaba, pero lo veía inevitable. Si seguía adelante con su propuesta, y se mantenía firme en su predicación , tarde o temprano el conjunto de la realidad social iba a caer sobre él. En ese sentido le debió ser fácil «predecir su pasión». Ésta no sorprendió a Jesús.

Los evangelios narran repetidamente las controversias que mantuvo Jesús con fariseos y doctores de la Ley. Incluso es posible, que desde Jerusalén, -capital del judaísmo ortodoxo-, enviaran espías a Galilea para ver cómo evolucionaba el nuevo profeta que había surgido.
Mertens asegura que Judas Iscariote pudo ser uno de estos enviados por el Sanedrín para seguir de cerca los pasos de Jesús. Jesús debió meditar mucho sobre su situación. Compartió esos temores con los discípulos, así como también compartió con ellos su decisión de mantenerse firme y fiel a la misión que el Padre le había encomendado.

La memoria de Jesús en la estela del camino ofrecido por el Evangelio, junto a grandes satisfacciones conlleva también, cuando se vive con fidelidad, grandes contradicciones culturales. Eso es la cruz, la permanente contradicción, el continuo desajuste social y cultural del que pretende mantener vivo el recuerdo de aquel raro galileo. Un cristianismo excesivamente simpaticón y bobalicón, no hace justicia al evangelio de hoy como no lo haría una institución eclesial excesivamente mundana; como dice el Papa Francisco “¡Dios nos libre de una Iglesia mundana bajo ropajes espirituales o pastorales! Esta mundanidad asfixiante se sana tomándole el gusto al aire puro del Espíritu Santo, que nos libera de estar centrados en nosotros mismos, escondidos en una apariencia religiosa vacía de Dios. ¡No nos dejemos robar el Evangelio!” (EG 97)
Agradecemos el comentario a Mara Diego Andrés