VII SEMANA
EVANGELIO
Jesús y sus discípulos se marcharon de la montaña y atravesaron
Galilea; no quería que nadie se enterase, porque iba instruyendo a sus discípulos.
Les decía: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo
matarán; y, después de muerto, a los tres días resucitará». Pero no entendían
aquello, y les daba miedo preguntarle.
Llegaron a Cafarnaún, y, una vez en casa, les preguntó: «¿De qué
discutíais por el camino?» Ellos no contestaron, pues por el camino habían
discutido quién era el más importante. Jesús se sentó, llamó a los Doce y les
dijo: «Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de
todos”. Y, acercando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les
dijo: «El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a mí y el que me acoge
a mí no me acoge a mí, sino al que me ha enviado».
COMENTARIO
Alguna de las preocupaciones que Jesús tenía acerca de su
futuro, sirven al evangelista para ofrecer una enseñanza sobre el poder, tanto
en la historia de la humanidad como en el ámbito de los primeros cristianos.
Al grupo de discípulos de Jesús se le hacía difícil comprender
el mensaje que Jesús venía proclamando desde el inicio de su ministerio público.
Les resultaba imposible asumir que el Hijo de Dios iba a padecer en manos de
las autoridades religiosas y políticas de Jerusalén. No comprendían que iba a
ser crucificado, como eran crucificados los bandoleros sociales por el poder
romano.
Los discípulos eran hijos de una sociedad que siempre presentó
el poder como el valor supremo. Esa fue la gran dificultad que Jesús tuvo con
su grupo de discípulos. Jesús pasó gran parte de su ministerio haciéndoles
comprender que el poder y el dominio destruyen el plan de amor y fraternidad
trazado por Dios. Los discípulos, por el contrario, siempre estuvieron
esperanzados en que su Maestro arrebataría a los romanos y fariseos el poder en
algún momento. Mantenían la esperanza de que ellos ocuparían los cargos más
importantes en el gobierno de la nueva nación instaurada por Jesús.
Los discípulos de Jesús estaban convencidos que el reino de
Dios, que iba a instaurar Jesús de Nazareth, era un reino de corte político. Y
su preocupación se encaminaba a saber qué puesto ocuparían en la administración
de ese Reino. Jesús lleva tiempo intentando hacerles comprender que el tipo de
Mesías que él ha asumido no es el Mesías de los Zelotes, al estilo de un
guerrillero asentado en el fundamentalismo religioso.
Tampoco es un Mesías de corte fariseo, cimentado sobre
mandamientos y doctrinas... Ni siquiera al modo de las austeras comunidades de
Qumrám que habitan en el desierto... Jesús es un Mesías con el estilo del «Siervo
de Yahvé», sin triunfalismos, con la humildad y sencillez de quien es capaz de
cargar con los pecados del pueblo y entregar su vida por los demás, como quien
ofrece un sacrificio.
Jesús aprovecha la confusión de sus discípulos para subrayar una
de las principales características de la comunidad cristiana: Tendrá una
organización, incluso una autoridad... pero cambiará de raíz las normas que
rigen a los grupos sociales y religiosos. El Nuevo Pueblo de Dios, la comunidad
cristiana, se caracterizará por la humildad y el servicio.
El cristiano, siguiendo el mensaje de Jesús, intenta despojarse
de todo poder y revestirse de autoridad moral que da la sencillez y la
humildad. El cristiano se sabe cortado según el patrón del Siervo de Yahvé,
capaz de comprender y cargar sobre sus hombros con las debilidades de los demás.