MARTES, 11 DE FEBRERO
V SEMANA
EVANGELIO
Se acercó a Jesús un grupo de fariseos con algunos escribas de
Jerusalén, y vieron que algunos discípulos comían con manos impuras, es decir,
sin lavarse las manos. (Los fariseos, como los demás judíos, no comen sin
lavarse antes las manos, restregando bien, aferrándose a la tradición de sus
mayores, y, al volver de la plaza, no comen sin lavarse antes, y se aferran a
otras muchas tradiciones, de lavar vasos, jarras y ollas). Según eso, los
fariseos y los escribas preguntaron a Jesús: «¿Por qué comen tus discípu- los
con manos impuras y no siguen la tradición de los mayores?» Él les contestó: «Bien
profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito:
«Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos
de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son
preceptos humanos». Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la
tradición de los hombres». Y añadió: «Anuláis el mandamiento de Dios por
mantener vuestra tradición. Moisés dijo: «Honra a tu padre y a tu madre» y «el
que maldiga a su padre o a su madre tiene pena de muerte»; en cambio, vosotros
decís: Si uno le dice a su padre o a su madre: «Los bienes con que podría
ayudarte los ofrezco al templo», ya no le permitís hacer nada por su padre o
por su madre, invalidando la palabra de Dios con esa tradición que os transmitís;
y como éstas hacéis muchas».
Marcos 7, 1-13
COMENTARIO
En la región de Palestina en la que vivió Jesús existían zonas y
ciudades de ascendencia griega y aldeas y territorios de arraigo judío. Aunque
compartían espacios geográficos comunes, la separación era muy grande a causa
de el carácter rigorista de la religión judía.
Las practicas religiosas judías se asentaban en 613
mandamientos. Muchos de estos preceptos eran tabúes casi mágicos. Otros estaban
relacionados con la impureza ritual, convirtiéndose en un auténtico martirio
para los creyentes sencillos, y levantando barreras infranqueables entre los
judíos y el resto de personas.
Los judíos difícilmente podían compartir mesa con los gentiles,
debido a una larga serie de prescripciones relacionadas con animales puros e
impuros y con la forma de matar- los. Especial dificultad entrañaban los
preceptos relacionados con el lavado de las manos y los útiles empleados... A
estos preceptos hace referencia el texto del evangelio que leemos hoy.
En el episodio presenciamos una enconada discusión acerca del
significado de la “voluntad de Dios”. Muchos fariseos creían que siguiendo los
detalles de la ley cumplían a la perfección la voluntad del Señor. Para ellos
la perfección consistía en ser rigurosos, austeros y muy ejemplares. En cambio,
para Jesús la perfección es el amor y la solidaridad que producen felicidad y
alegría en cada ser humano. Cuando el cristianismo se centra en el cumplimiento
de preceptos y en el conocimiento de doctrinas... es que ha olvidado lo
esencial: el amor y la solidaridad.
Esta idea central del Evangelio de hoy no fue sólo una conveniencia
para solucionar el problema de la gran cantidad de paganos que habían comenzado
a engrosar las filas de las primeras comunidades cristianas; hombres y mujeres
de cultura griega que desconocían los preceptos religiosos judíos. Los grandes
profetas de Israel (Isaías, Jeremías, Amós, Joel...) fueron quienes, -muchos
siglos antes de que naciera Jesús-, comprendieron que la relación con Dios no sólo
se da a través de ritos religiosos celebrados en el templo, sino
fundamentalmente en relaciones personales y sociales asentadas en el derecho y
la justicia.
Un cristiano tiene presente esta línea que recorre vigorosamente
la Palabra de Dios, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento: ser
creyente se traduce en amor, misericordia y solidaridad.