VI SEMANA
EVANGELIO
Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de
Filipo; por el camino, preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que soy
yo?» Ellos le contestaron: «Unos, Juan Bautista otros, Elías, y otros, uno de
los profetas». Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy?»
Pedro le contestó: «Tú eres el Mesías». Él les prohibió
terminantemente decírselo a nadie. Y empezó a instruirlos: «El Hijo del hombre
tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los ancianos, sumos sacerdotes
y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días». Se lo explicaba con
toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Jesús
se volvió y, de cara a los discípulos, increpó a Pedro: «¡Quítate de mi vista,
Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!»
Marcos 8, 27-33
COMENTARIO
Jesús ha abandonado los terrenos de Galilea y se ha dirigido al
norte, a una región interior y tranquila que gobierna Filippo, hijo del rey
Herodes El Grande del que se nos habla durante el nacimiento de Jesús. Esta
región tenía menos presión social y religiosa que Galilea.
La ciudad de Cesarea de Filippo, a la que se refieren el texto,
es una antigua ciudad enclavada muy cerca de uno de los manantiales de los que
nace el río Jordán. Antiguamente se denominaba «Paneión o Panías». Recibía este
nombre porque existía un templo a la divinidad Pan, dios de la naturaleza y los
campos.
En este escenario se nos muestra a un Jesús muy cercano a sus
discípulos. En su conversación está interesado en saber lo que piensa la gente
de él. Las respuestas que le dan no lo dejan satisfecho, porque todavía el
pueblo no entiende su misión. Para la gente, Jesús continuaba la tradición de
Juan Bautista y de los antiguos profetas de Israel, como Elías. Frente a esta
opinión Jesús pregunta a los discípulos su opinión, Pedro toma la palabra y
dice a Jesús: “Tú eres el Mesías”. La reacción de Jesús es de completo
desacuerdo. Por eso, y para evitar que sea una opinión generalizada, los
amonesta y les prohibe que difundan estas ideas.
Luego dirige a los discípulos la misma pregunta. Pedro asume la
responsabilidad y le da una respuesta aduladora que identifica a Jesús con el
Mesías poderoso que aguardaba el pueblo. Jesús le sale al paso y le llama la
atención. Termina hablándoles de los sufrimientos a los que será sometido por
los poderosos. Es esta una forma de explicarles que su idea de enviado de Dios
no tiene nada que ver con el poder y el dominio, sino con la sencillez y
humildad.
En el texto de hoy Jesús califica a Pedro como «Satanás». No hay
que pensar que Jesús está equiparando a Pedro con un «demonio», en el sentido
que otorgamos actualmente a esta expresión. «Satanás» es una palabra hebrea que
significa «adversario»... Se aplicaba a los dioses de los países vecinos,
considerados como «adversarios» de Yahvé».
Cuando Jesús aplica a Pedro esta expresión, le está considerando
un adversario ideológico: Pedro esperaba que Jesús se convirtiera en un
sacerdote todopoderoso, aliado con el poder político y cargado de majestad. Jesús
le intenta enseñar otro estilo totalmente diverso de ser el Enviado de Dios: el
de la sencillez y la misericordia.
Cada vez que los cristianos utilizamos esquemas de poder, Jesús
vuelve a repetirnos aquella expresión tan dura que le echó en cara a Pedro: «Satanás».
Los cristianos que hacen del poder su forma de actuar, se convierten en «adversarios»
del proyecto de Jesús.
El texto de hoy es un canto a la sencillez y la humildad. El cristiano
también se debe mostrar accesible y cercano.