Por
consiguiente, un evangelizador no debería tener permanentemente cara de
funeral. Recobremos y acrecentemos el fervor, «la dulce y confortadora alegría
de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas [...]
Y ojalá el
mundo actual —que busca a veces con angustia, a veces con esperanza— pueda así
recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados,
impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida
irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría
de Cristo ».
Francisco, Evangelii gaudium, n.10
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