domingo, 8 de diciembre de 2013

COMENTARIO AL EVANGELIO DEL DOMINGO 8 DE DICIEMBRE


UNA INTERPRETACIÓN DE ESTA HISTORIA ...
Texto de X. Pikaza

Allí donde un frágil ser humano (una mujer y no una diosa, una persona de la tierra y no una especie de monstruosa potencia sobrehumana) es capaz de escuchar a Dios en libertad y dialogar con él en transparencia surge el gran milagro: nace el ser humano desde Dios, el mismo Hijo divino puede ya existir en nuestra tierra.

Sólo aquí, en este diálogo de amor fecundo, podemos y debemos afirmar que María es Inmaculada. Ciertamente, Dios mismo le ha debido guiar desde el momento de su origen humano (Concepción); pero ella misma debe asumir su origen como propio, para así ratificarlo y realizarse como persona que acoge el deseo de Dios y le responde con su más hondo deseo.
Querer de Dios, querer de una mujer
Este es el misterio, este el gran enigma: que Dios puede querer, con su mismo ser divino e infinito, lo que quiere una mujer; y que ella quiera desear en cuerpo y alma (en carne y sangre, en espíritu y en gracia) aquello que desea Dios.
Inmaculada, dogma de amistad
Relacionando a Dios con María, en amistad de diálogo perfecto, el dogma de la Inmaculada la vincula con todos los humanos: ella no dialoga con Dios para sí misma (por deleite privado o sólo interno), sino en nombre de todos los humanos (como representante de la historia) y para bien del mundo entero. Rompe así la cadena de mentiras de Adán, el egoísmo y violencia de una humanidad que veía a Dios como competidor envidioso o Señor impositivo.
Inmaculada, un diálogo de amor
Esta es la insignia de María Inmaculada: ella es apertura dialogal. Frente a un mundo que parece que no tiene más respuesta que el miedo y violencia, frente a una humanidad que se defiende sometiendo (esclavizando) a los débiles, María viene a presentarse como signo de diálogo: ha confiado en Dios, pone su vida al servicio del Mesías, es decir, de la libertad y confianza entre los hombres.
Inmaculada, una persona transparente
Pero María no es Inmaculada sólo (y sobre todo) en su concepción sino en su vida entera, tal como se expresa y condensa en el relato de su encuentro con Dios (Lc 1, 26-38): vence al pecado, se hace Inmaculada, en actitud constante de diálogo con Dios y de apertura (entrega) al servicio de los hombres, por medio de Cristo, su hijo, que es mesías. No ha reservado nada para sí, todo lo ha puesto en manos de Dios, para servicio y libertad de los humanos. Por eso decimos que es Inmaculada.
La primera enseñanza de María es su ejemplo de diálogo. Ha conversado con Dios, para bien de los humanos (conversando, sin duda, con José, en el sentido más profundo, como sabe en otra perspectiva el evangelio de Mateo). También nosotros podemos hacerlo. Esto significa que debemos escuchar: dejar que los demás nos hablen, confiando Dios por medio de ellos. Esto significa que debemos responder, poniendo nuestro amor y nuestra vida al servicio de los otros.
Ser cristiano es dialogar en libertad, es decir, dejando que los otros sean ellos mismos, que puedan expresarse de manera autónoma, sin imposiciones exteriores, sin miedos interiores.
En este contexto adquiere su sentido la visión del pecado y la Inmaculada. Pecado es lo que rompe nuestra relación con Dios, el diálogo quebrado que nos deja luchando a unos con otros, en gesto que sólo culmina con la muerte. En contra de eso, Inmaculada es la persona que ha vivido siempre en diálogo con Dios y con los otros; así es María, la sin pecado. Nosotros no podremos ser quizá plenamente inmaculados como María, pero iremos acercándonos a su ideal en la medida en que, venciendo la violencia, aprendamos a confiar los unos en los otros, dialogando en amor y deseando juntos aquello que Dios ha deseado, es decir, el despliegue pleno de su gracia en Cristo.

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