UNA INTERPRETACIÓN DE ESTA HISTORIA ...
Texto de X. Pikaza
Allí donde un frágil ser humano (una mujer y no una diosa, una persona
de la tierra y no una especie de monstruosa potencia sobrehumana) es capaz de
escuchar a Dios en libertad y dialogar con él en transparencia surge el gran
milagro: nace el ser humano desde Dios, el mismo Hijo divino puede ya existir
en nuestra tierra.
Sólo aquí, en este diálogo de amor fecundo, podemos y debemos
afirmar que María es Inmaculada.
Ciertamente, Dios mismo le ha debido guiar desde el momento de su origen humano
(Concepción); pero ella misma debe asumir su origen como propio, para así
ratificarlo y realizarse como persona que acoge el deseo de Dios y le responde
con su más hondo deseo.
Querer de Dios, querer de una mujer
Este es el misterio, este el gran enigma: que Dios puede querer, con su
mismo ser divino e infinito, lo que quiere una mujer; y que ella quiera desear
en cuerpo y alma (en carne y sangre, en espíritu y en gracia) aquello que desea
Dios.
Inmaculada, dogma de amistad
Relacionando a Dios con María, en amistad de diálogo perfecto, el dogma
de la Inmaculada la vincula con todos los humanos: ella no dialoga con Dios
para sí misma (por deleite privado o sólo interno), sino en nombre de todos los
humanos (como representante de la historia) y para bien del mundo entero. Rompe
así la cadena de mentiras de Adán, el egoísmo y violencia de una humanidad que
veía a Dios como competidor envidioso o Señor impositivo.
Inmaculada, un diálogo de amor
Esta es la insignia de María Inmaculada: ella es apertura dialogal.
Frente a un mundo que parece que no tiene más respuesta que el miedo y
violencia, frente a una humanidad que se defiende sometiendo (esclavizando) a
los débiles, María viene a presentarse como signo de diálogo: ha confiado en
Dios, pone su vida al servicio del Mesías, es decir, de la libertad y confianza
entre los hombres.
Inmaculada, una persona transparente
Pero María no es Inmaculada sólo (y sobre todo) en su concepción sino
en su vida entera, tal como se expresa y condensa en el relato de su encuentro
con Dios (Lc 1, 26-38): vence al pecado, se hace Inmaculada, en actitud
constante de diálogo con Dios y de apertura (entrega) al servicio de los
hombres, por medio de Cristo, su hijo, que es mesías. No ha reservado nada para
sí, todo lo ha puesto en manos de Dios, para servicio y libertad de los
humanos. Por eso decimos que es Inmaculada.
La primera enseñanza de María es su ejemplo de diálogo. Ha conversado con Dios, para bien de los humanos
(conversando, sin duda, con José, en el sentido más profundo, como sabe en otra
perspectiva el evangelio de Mateo). También nosotros podemos hacerlo. Esto
significa que debemos escuchar: dejar que los demás nos hablen, confiando Dios
por medio de ellos. Esto significa que debemos responder, poniendo nuestro amor
y nuestra vida al servicio de los otros.
Ser cristiano es dialogar en libertad, es decir, dejando que los
otros sean ellos mismos, que puedan expresarse de manera autónoma, sin
imposiciones exteriores, sin miedos interiores.
En
este contexto adquiere su sentido la visión del pecado y la Inmaculada. Pecado
es lo que rompe nuestra relación con Dios, el diálogo quebrado que nos deja
luchando a unos con otros, en gesto que sólo culmina con la muerte. En contra
de eso, Inmaculada es la persona que ha vivido siempre en diálogo con Dios y
con los otros; así es María, la sin pecado. Nosotros no podremos ser quizá
plenamente inmaculados como María, pero iremos acercándonos a su ideal en la
medida en que, venciendo la violencia, aprendamos a confiar los unos en los
otros, dialogando en amor y deseando juntos aquello que Dios ha deseado, es
decir, el despliegue pleno de su gracia en Cristo.
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