Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba
entre Samaría y Galilea. Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron a su
encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían:
“Jesús, maestro, ten compasión de nosotros”. Al verlos, les dijo: “Id a
presentaros a los sacerdotes”. Y mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno
de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos
y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias. Éste era un
samaritano. Jesús tomó la palabra y dijo: “¿No han quedado limpios los diez?;
los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar
gloria a Dios?» Y le dijo: “Levántate, vete; tu fe te ha salvado”.
Lucas 17, 11-19
COMENTARIO
El leproso que regresa a dar gracias es un
«samaritano». Este dato es muy importan- te. Para comprenderlo, hay que saber
quiénes eran los samaritanos. Su historia era esta: Cuando las tribus hebreas
salen libres de Egipto (1250 a.C.) guiadas por Moisés, se establecen en lo que
ellos llamaron «La Tierra Prometida» y que nosotros conocemos como Palestina
(actual estado de Israel y los territorios de la Autonomía Palestina). Los
hebreos que llegaron de Egipto, encontraron algunas tribus hebreas que no
habían sufrido esclavitud en el país del Nilo y que estaban establecidas en el
centro de la Tierra Prometida.
El centro de Palestina es montañoso y de
difícil acceso. Los habitantes hebreos de esta zona central, agrupados en
ciudades independientes, vivían del asalto y del robo. Eran contratados como
mercenarios. David y Salomón intentaron unificar el país, pero las tribus del
norte se rebelaron contra el centralismo excesivo de Jerusalén. Cuando murió
Salomón la región de Samaría se separó. Y así nació el «espíritu de Samaría»,
siempre contrario a los judíos. La ciudad de Samaría fue fundada por el rey
Omrí hacia el 880 a.C. Se instaló en ella un culto pagano cuando realizó una
alianza con las ciudades fenicias de Sidón y Tiro. Durante la revolución de los
guerrilleros judíos «macabeos» contra los griegos, Samaría se sometió a las
leyes griegas. Los judíos se vengaron de la ciudad de Samaría destru- yéndola
en el año 108 a.C. Herodes el Grande la reconstruyó el año 30 a. C. Preocupado
de la unificación de su reino, se casó con una princesa samaritana. El año 6
d.C. los samaritanos profanaron el templo de Jerusalén, arrojando en él huesos
humanos.
Esta historia explica el odio de los judíos
contra los samaritanos, «que eran peores que los paganos»: «el que come el pan
de un samaritano, come carne de cerdo». Estaba prohibida la conversión de un
samaritano al judaísmo. Un judío podía seguir el camino que atraviesa Samaría,
pero a condición de no hablar con nadie. La actitud de Jesús con respecto a los
samaritanos, sorprende por su libertad.
El único leproso que regresa a dar gracias
por la curación es un samaritano; es decir, un extranjero y un proscrito. El
objetivo del relato es mostrar el contraste entre el agradecimiento de uno solo
(y encima samaritano) y la ingratitud de los otros nueve. El samaritano ha
vuelto (se ha convertido) a dar gracias porque la fe le ha ayudado a ver. Esta
parábola debería titularse “El samaritano agradecido”.
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