Dijo el Señor: «Suponed que un criado vuestro trabaja como
labrador o como pastor, cuando vuel- ve del campo, ¿quién de vosotros le dice: «En
seguida, ven y ponte a la mesa»? ¿No le diréis?: «Prepárame de cenar, cíñete y
sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás tú»? ¿Tenéis que
estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo vosotros: Cuando
hayáis hecho todo lo mandado, decid: «Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo
que teníamos que hacer»».
Lucas 17, 7-10
COMENTARIO
El texto de hoy hace referencia a una
parábola que pretende enseñar el valor de la gratuidad. Pero antes de intentar
comprender el significado de esta pequeña parábola, intentamos averiguar cuál
era la situación de los esclavos en el antiguo pueblo de Israel.
Esclavos y criados aparecen en la Biblia
como un miembro de la familia. La esclavitud ya era una costumbre en tiempos de
Abraham, Isaac, Jacob... El pueblo de Israel fue siempre contrario a la
esclavitud, ya que ellos la habían sufrido en sus carnes durante la estancia en
Egipto.
En los pueblos limítrofes el número de los
esclavos aumentaba con los prisioneros de guerra y con las mujeres de los
vencidos. En la antigüedad el destino de los vencidos era la esclavitud. Cuando
la población de una ciudad sitiada se rendía, era sometida a tributo. En
cambio, cuando la ciudad se resistía y era tomada por la fuerza, sus hombres
eran pasados a cuchillo y las mujeres y niños, vendidos como esclavos.
Los fenicios y los madianitas (habitantes
de la región desértica de Madián) eran expertos mercaderes de esclavos. Vivían
de la compraventa de estas personas. Adquirían personas que se les ofrecían
(por ejemplo, gentes endeudadas o secuestradas) y luego las vendían en los
mercados de esclavos. El mejor documento bíblico del comercio esclavista de los
mercaderes de Madián es la historia de la venta del patriarca José por sus
hermanos.
El pasaje de hoy es un poco extraño:
parece como si Jesús defendiera una actitud tiránica del amo con su empleado.
Cuando éste vuelve del trabajo del campo, todavía le exige que le prepare y le
sirva la cena. Jesús no está hablando aquí de las relaciones laborales ni
alabando un trato caprichoso.
Lo que le interesa subrayar es la actitud
de sus discípulos ante Dios, que no tiene que ser como la de los fariseos, que
parecen exigir el premio, sino la humildad de los que, después de haber
trabajado, no se dan importancia. Esto se debe aplicar a nuestro trabajo
comunitario o familiar. Si hacemos el bien, que no sea llevando cuenta de lo
que hacemos, ni pasando factura, ni pregonando nuestros méritos.
No se debe recordar continuamente a la
familia o comunidad todo lo que hacemos por ella y los esfuerzos que nos
cuesta. Actuar gratuitamente, como los padres con una entrega total a su familia.
Como lo hacen los verdaderos amigos, que no llevan contabilidad de los favores
hechos. ¡Cuántas veces nos enseña Jesús que trabajemos gratuitamente, por amor!
Eso sí, seguros de que Dios no se dejará ganar en generosidad: «alegraos y
saltad de gozo, que vuestra recompensa será grande en el cielo, porque con la
medida con que midáis se os medirá»
En una sociedad mercantilista, donde todo
se compra y se vende, el educador cristiano intenta recuperar el valor de la
gratuidad. Para ello se mostrará como una persona con capacidad de entrega.
Realiza buenas acciones sin esperar nada a cambio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por tu opinión.