EVANGELIO
En aquel
tiempo, llegaron la madre y los hermanos de Jesús y desde fuera lo mandaron
llamar. La gente que tenía sentada alrededor le dijo: «Mira, tu madre y tus
hermanos están fuera y te buscan.»
Les contestó:
«¿Quienes son mi madre y mis hermanos?»
Y, paseando la
mirada por el corro, dijo: «Estos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la
voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre.»
Marcos 3, 31-35
COMENTARIO
El “desencuentro” de Jesús
con su familia permite, quizás, “imaginar” un desencuentro mayor. La madre y
los hermanos representan los lazos de sangre que vertebran nuestras relaciones
familiares, pero también pueden significar la creencia judía de ser “pueblo
elegido”, “nación santa”, “linaje perfecto”. Jesús reacciona contra ambas
creencias, estableciendo un baremo distinto para revelar el proyecto que (su)
Dios tiene para la humanidad.
Nadie es más que nadie según
la sangre, según el linaje, según la religión. Todos somos hermanos en el
cumplimiento de la voluntad de Dios, en el trabajo continuo por hacer verdad y
realidad el proyecto del evangelio.
Es especialmente “evangelio”
(Buena Noticia) este texto para nuestra Iglesia. Ella está llamada a romper con
tantas diferencias que hacen del ser humano lo contrario a un proyecto de
fraternidad. Hay “rupturas que crean fraternidad”. Es bueno preguntarse hoy por
todo lo que hemos de “superar” para coincidir con otros en una mismo deseo de
unidad.
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