UN TIEMPO PARA CADA COSA
Como buen parisino, de signo Virgo,
durante un año había preparado meticulosamente su viaje. Nada más llegar a
Tlndouf, Gérald desembaló orgulloso sus regalos para Targui, el jefe del clan
tuareg: un transistor, un reloj de pulsera y un grueso jersey. Targui encendió
el transistor con entusiasmo, sin prestar ninguna atención al reloj ni al
jersey. Pasó el día bailando como un niño y cambiando de emisoras, para gran
decepción de Gérald, que pensó para sus adentros: "¡Qué lástima! Debía
haber traído transistores para toda la familia".
A la mañana siguiente, Targui se puso
el reloj y pasó todo el día ensimismado contemplando el paso del minutero. En
un rincón descansaba silencioso el transistor.
Llegada la tercera noche, se puso el
jersey, con alborozadas muestras de agradecimiento y admiración, observando
minuciosamente su tejido y sus dibujos.
A partir de entonces, Gérald aprendió el ritmo
secreto de la vida: un tiempo para cada cosa y cada cosa a su tiempo.
Como bien dice el texto cada cosa tiene su momento y lugar, y Targui lo sabía desde el principio. Sólo un pero, quizá es mejor repartir los tiempos para poder disfrutar, aunque sea en pequeñas pinceladas de todas las cosas, y no guardar nada para el mañana. El mañana no sabemos si existe.
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